martes, 23 de noviembre de 2021

«La ruina de Jerusalén y el fin de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hace 42 años se fundó la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento fundó el instituto de Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, al cual pertenezco desde que ingresé en el año de 1980. Dios me ha concedido formar parte de esta maravillosa obra la cual me ha dado la posibilidad de desarrollar los dones y cualidades que Dios me ha dado y me ha dado momentos muy valiosos en la vivencia de mi vocación sacerdotal, religiosa y misionera. Que Dios conceda a cada uno de mis hermanos Misioneros de Cristo la gracia que cada uno necesita y que juntos sigamos colaborando con el «sí» que hemos dado al Señor bajo el amparo de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona principal de nuestro instituto y de la Familia Inesiana a la cual pertenecemos.

Ahora comento algo del evangelio de hoy (Lc 21,5-11) para que reflexionemos juntos. Leyendo este pasaje vemos que Jesús habla con el lenguaje de su tiempo, el estilo de los «apocalipsis» de su época... si bien de un modo mucho más discreto que la mayor parte de otros apocalipsis que se han conservado de aquel tiempo. Para nosotros el lenguaje utilizado puede parecer extremadamente oscuro, porque en él están mezcladas, por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén... y el fin del mundo... La primera es simbólica respecto a la segunda. A través de ese detalle resulta evidente cuán importante es superar las imágenes, para captar su sentido universal, válido para todos los tiempos. El acontecimiento que Jesús tiene a la vista —la destrucción de Jerusalén— nos da una clave para interpretar muchos otros acontecimientos de la historia universal. La perspectiva futura la anuncia Jesús con ese lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero «el final no vendrá en seguida», y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo «yo soy», o «el tiempo ha llegado».

La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y «no quedó piedra sobre piedra». El muro de las lamentaciones, que es lo que se conserva, son solo los cimientos del templo. El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro significa hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuídense de que nadie los engañe», dice Jesús. Así que nosotros, mientras llega el momento, roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de saber colaborar, sin sobresaltos, en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, hasta lograr su plenitud en la vida eterna. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario