domingo, 14 de noviembre de 2021

«Nos vamos acercando al final del año litúrgico»... Un pequeño pensamiento para hoy


Nos vamos acercando al final del año litúrgico en la Iglesia, que sigue un calendario diverso al calendario civil cuyo año empieza el 1 de enero. En la Iglesia, el inicio del nuevo año lo marca el primer domingo de adviento, que este año será el 28 de este mes. El próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey y así cerramos el año litúrgico. En este clima de cabo de año, un fragmento del evangelio de san Marcos (Mc 13,24-32) que habla de la venida de Jesús, acompañada de unos acontecimientos cósmicos, nos da la pauta, en la liturgia de este domingo, para nuestra reflexión. ¿Cómo se ha de entender este pasaje? Ciertamente que aquí hay un lenguaje con imágenes. No son afirmaciones exactas, sino comparaciones alusivas. Del mismo modo que los primeros capítulos del libro del Génesis no son historia, sino una expresión literaria libre de la verdad de la creación, del mismo modo los datos sobre la venida de Jesús y la salvación escatológica no son más que imágenes sobre la verdad de que Jesús, de algún modo, quiere conducir a la perfección al mundo y a los hombres. El evangelio de este domingo no es, por tanto, una guía de los últimos días. Más bien es un balbuceo de la nueva realidad —que no se puede expresar con nuestras palabras—, con la que Dios quiere llevar a su fin la creación. Dios supera nuestra imaginación y no podemos comprender su acción. Pero en este futuro actuar de Dios hay un sí absoluto al mundo que ha creado.

Todo esto es un poco complicado y entonces nos hacemos, como en otras de nuestras reflexiones, unas preguntas interesantes: ¿qué tiene que ver Jesús con el futuro?; ¿qué podemos esperar nosotros de Jesús en el futuro?; ¿no fue Jesús un fracasado...? En cualquier caso, Jesús fue, murió. Y, si murió como todos los hombres, sólo podemos esperar lo que se puede esperar de los muertos: nada. Sin embargo —y éste es el «sin-embargo» de la fe— los cristianos esperamos que Jesús venga y, con él, venga a nosotros el reinado de Dios. Porque Dios, cuando todo había terminado para Jesús, cuando Jesús era un hombre acabado, se puso de su parte y «revisó» su proceso, dando validez a su persona y a su causa para siempre: ¡lo resucitó! Y así, habiendo llegado Jesús al límite de su abatimiento y no teniendo ningún futuro, recibió de parte de su Padre, que es nuestro Padre, un futuro sin límites. Este es el futuro que el hombre Jesús no podía darse a sí mismo, el Adviento. Y es el adviento también para nosotros que creemos en la promesa de Jesús: «Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad». Jesús, el que fue, es hoy para todos sus discípulos–misioneros el Cristo y el Señor, el que será. Por eso, los cristianos ponemos nuestra esperanza en el Dios que resucita a nuestro Señor Jesucristo, como primicia de entre los muertos. Esperamos el adviento de Dios en Jesucristo. Esperamos, más allá de todas las expectativas humanas, ser sorprendidos por el Dios que viene y participar en la gloria del Señor que vive.

De esta manera, el evangelio de este día nos interpela. En las postrimerías del año litúrgico, al proclamar el fin del mundo, el evangelio, con este pasaje, nos encara con nuestro fin, con el futuro absoluto. Y ese futuro, desconocido, es verdad, pero confirmado por la fe, es esperanzador, pues no está en las manos de los poderosos, ni en los arsenales atómicos, ni en la banca suiza, ni en la nueva generación de computadoras o teléfonos inteligentes, no está en manos de los hombres, sino en las manos de Dios. Pero el evangelio del fin del mundo nos encara también, y eso sí que está en nuestras manos —en las manos de todos los hombres de todos los pueblos del mundo, sin discriminación— con nuestro destino en este mundo y en esta vida. Esa es nuestra responsabilidad. Pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude a estar bien preparados para cuando llegue este momento viviendo al estilo de Jesús, según las bienaventuranzas. Ese día se demostrará que sus palabras no han pasado; mientras tanto no podemos olvidar que el calendario está en nuestras manos, que el tiempo va pasando y que aún tenemos mucho por hacer. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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