Jesús, en este episodio evangélico, actúa como los profetas clásicos, que primero hacían alguna acción simbólica y luego pronunciaban sus oráculos. La acción simbólica de Jesús en esta ocasión es echar fuera a los que vendían en el Templo. Por cierto que san Lucas acorta los hechos narrados por Marcos y Mateo que se explayan más; aquí, por decir algo, no aparece el látigo que tomó Jesús ni nos narra el evangelista que tiró las mesas de los cambistas (cfr. Mt 21,12-32; Mc 11,15-18; Jn 2,13-16). San Lucas, en el relato, nos deja ver dos oráculos. Uno tomado de Is 56,7 sobre el carácter del templo como casa de oración. El segundo oráculo está tomado de Jer 7, que es en realidad el texto que inspira toda la acción y el pensamiento de Jesús. Jesús actúa y habla como Jeremías. Hay que leer el texto de Jer 7,1-15 completo para entender el gesto profético de Jesús. El Templo, según Jeremías y Jesús, se convirtió en una cueva de bandidos, porque en él, encontraban seguridad los asesinos y los idólatras. Mataban, oprimían, eran idólatras y luego iban al Templo y decían: «aquí estamos seguros». El templo les daba la seguridad y la buena conciencia necesaria para seguir oprimiendo a los pobres y adorando a los ídolos.
Nosotros, a estas alturas del año litúrgico, que está casi por terminar, hemos de ver el texto en un tono escatológico, es decir, debemos referirlo al destino último del ser humano y el universo. Podemos decir, que san Lucas presenta la escena como inicio de una nueva etapa en el ministerio de Jesús. El templo es el lugar de la enseñanza. Jesús ejerce en él su ministerio de maestro. La imagen de Jesús que nos presenta san Lucas aquí, destaca su actitud misericordiosa, incluso como escribí más arriba, no habla del látigo ni del volcar las mesas. Jesús es la versión palpable de la misericordia del Padre. Como iniciador de un movimiento de renovación, el Mesías trata de purificar la relación religiosa con Dios. Se trata de una relación personal y viva. A la luz de todo esto debemos entender que no es el culto ni el templo lo que cuenta; no son las instituciones sagradas. Lo que importa es la relación con Dios, el auténtico servicio a Dios, tal como lo enseña Jesús y así es como se debe vivir la estancia en el Templo, que es «casa de oración». Dedicados al Señor; hechos hijos de Dios; convertidos en testigos de su amor en el mundo, pidamos a María Santísima que nos ayude a valorar el Templo como debe ser, de manera que vivamos una relación íntima, muy profunda con Dios, que nos haga salir al encuentro de los hermanos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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