Así, de entrada y ante esa falta de trabajadores —que por lo visto no es sólo una deficiencia de nuestra época» Jesús llega a la única solución: la oración. Es para él evidente que la llamada a ser sus discípulos–misioneros es una gracia, un don de Dios. Más tarde dirá san Pablo: «Es por la gracia de Dios que soy lo que soy» (1 Cor 15,10). Habrá que analizar hoy si en nuestra oración diaria rogamos al Señor que envíe trabajadores y si en esa oración pedimos también que a nosotros nos fortalezca para que desde nuestra condición de discípulos–misioneros, seamos esos trabajadores eficaces y eficientes, recordando que un misionero anuncia el Reino de Dios, más que con palabras, ante todo, por su modo de vivir.
«¡Pónganse en camino!» nos dice Jesús como les dijo a aquellos setenta y dos. La invitación tenemos que sentirla ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos discípulos, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, como misioneros, generación tras generación. Todo discípulo se debe sentir misionero. De forma distinta a los doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad. Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús: rezar sabiendo que vamos «como corderos en medio de lobos» sin llevar demasiado equipaje, que nos estorbaría. Hay que tomar en cuenta que el encargo que nos hace el Señor es tan urgente, que no podemos perder el tiempo por el camino, en cosas superfluas. Lo importante es que vayamos anunciando: «está cerca de ustedes el Reino de Dios", y comunicando paz a las personas sin hundirnos si nos rechazan... ¡Hay mucho que hacer! Pidamos a María Santísima que nos acompañe en esta encomienda. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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