La participación de las mujeres como discípulas–misioneras, es una realidad muy valiosa en la Iglesia y, como vemos, así ha sido desde los tiempos de Cristo. Con todo eso, hay mucho que hacer a favor de la mujer en la Iglesia y en la sociedad para ser continuadores de lo que Cristo quiere, puesto que en el Evangelio, por la cultura judía de aquellos tiempos, se habla poco, de hecho San Lucas es el único de los evangelistas que nos comparte este detalle. El Papa Francisco dice: «Aún no hemos entendido en profundidad cuales son las cosas que nos puede dar el genio femenino de la mujer en la sociedad. Tal vez haya que ver las cosas con otros ojos para que se complemente el pensamiento de los hombres. Es un camino que es necesario recorrer con más creatividad y más audacia» (Audiencia de S.S. Francisco, 15 de abril de 2015). Bendito Dios hoy vemos que muchas veces son las mujeres las que más colaboran en la evangelización y en la catequesis y gracias a Dios pueden acceder a diversos ministerios en la Iglesia como lectoras, acólitas y catequistas.
Jesús derriba todos los muros de separación entre los seres humanos: en su comunidad ya no hay distinción entre judío o gentil, esclavo o libre, hombre o mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Todos, sin distinción, estamos llamados a estar con el Señor. Lo importante es estar con Él. Por eso las mujeres eran auténticas discípulas, modelos del seguimiento de Jesús. Ellas se mantendrán firmes junto a Él en la pasión, mientras los demás discípulos dejándolo solo lo abandonen. Estarán con María junto a la cruz, llevarán a enterrar el cuerpo del Señor, volverán de madrugada a la tumba para embalsamarlo y serán las primeras testigos de la resurrección. Después las veremos en compañía de María y de los apóstoles en la espera orante de Pentecostés. Con los doce y con María, la Madre de Jesús, muchas otras mujeres constituyeron la primera comunidad cristiana, la primera Iglesia, que será modelo y referente obligado para la comunidad eclesial en todos los tiempos. Ellas supieron ser dóciles a su fe hasta dejarse transformar completamente por el Espíritu Santo. Pidámosle a la Santísima Virgen, la mujer más excelsa, que ella interceda por nosotros para que tanto los hombres como las mujeres de hoy experimentemos una gran necesidad del Señor y seamos discípulos–misioneros que propaguen tu mensaje de verdad y de caridad. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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