sábado, 25 de septiembre de 2021

«La cruz»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Lc 9,43-45) Jesús hace nuevamente el anuncio sobre su muerte, pero esta vez hay una diferencia, no añade su resurrección porque quiere recalcar el sentido de la cruz. Aquí se vuelve a llamar «Hijo del Hombre», apuntando a su mesianismo final, como Señor y Juez del universo. Los discípulos, como en ocasiones anteriores, «no entendían este lenguaje: les resultaba tan oscuro que no captaban el sentido». Y, además, «les daba miedo preguntarle sobre el asunto». En otras ocasiones, los evangelistas nos describen los motivos de esta dificultad: los seguidores de Jesús tenían en su cabeza un mesianismo político, con ventajas materiales para ellos mismos, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos de honor a la derecha y la izquierda de Jesús. La cruz no entraba en sus planes y por eso se quedan como en babia.

Hoy, al igual que a los apóstoles en aquellas ocasiones, a muchos les cuesta ver al Jesús entregado a la muerte para salvar a la humanidad. Muchos quisieran sólo el consuelo y el premio, no el sacrificio y la renuncia. Muchos preferirían que no hubiera dicho aquello de que «el que me quiera seguir, tome su cruz cada día». Pero ser seguidores de Jesús —lo sabemos muy bien— pide radicalidad, no creer en un Jesús que se hace a la propia medida según la conveniencia. Ser colaboradores suyos en la salvación de este mundo también exige su mismo camino, que pasa a través de la cruz y la entrega. Como tuvieron ocasión de experimentar aquellos mismos apóstoles que ahora no le entienden, pero que luego, después de la Pascua y de Pentecostés, estarán dispuestos a sufrir lo que sea, hasta la muerte, para dar testimonio de Jesús.

Hay que ver que con este segundo anuncio de la pasión, Jesús revela a sus amigos lo que iba a suceder, para prevenirlos contra el desaliento y la duda. Jesús veía, en estos momentos, que la «última hora», la de la verdad y cruz, estaba muy cercana. Pero no lo tomaba como un destino fatal, sino como lo normal en la historia de los profetas. Desde la certeza irrenunciable en la fidelidad a Dios-Padre, el Señor les expresaba también su profunda confianza en que lo rescataría de la muerte, aunque en este texto, como dije al inicio, no habla Cristo de su resurrección. Todo discípulo–misionero de Cristo ha de entender que el camino de Jesús hacia la cruz, y la entrega en el mismo momento de cruz, es el camino de la Iglesia. «Estoy crucificado con Cristo» dirá San Pablo (Gal 20,20). Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles al amor a Dios y al amor a nuestro prójimo, aceptando todas las consecuencias que nos traiga el amar como nosotros hemos sido amados por Cristo desde la cruz. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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