sábado, 18 de septiembre de 2021

«La parábola del sembrador»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola del sembrador que hoy nos narra San Lucas (Lc 8,4-15) es una de las más conocidas de la Escritura. Es una parábola que va dirigida a la multitud y es una invitación a preparar el terreno donde se siembra la semilla. Todo depende de la clase de terreno, es decir, de la disposición de los oyentes. Por eso termina con una máxima: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!». La parábola nos habla primero de tres clases de terreno donde la semilla se pierde. Luego nos dice que sólo si cae en tierra fértil llegará a dar fruto. Los cuatro terrenos se hallan en un mismo lugar, donde hay un camino, rocas, márgenes húmedos repletos de zarzas, la tierra fértil. El sembrador siembra al voleo, así, una parte de la semilla se pierde y otra se logra.

El mismo Cristo da la explicación de la parábola que, por supuesto, ha de ser leída para comprender esto. Los del «camino» (Lc 8,12) son los que escuchan, pero no asimilan nada, porque están imbuidos de otras ideologías contrarias al designio de Dios. «El diablo» personifica la ideología del poder en todas sus facetas y concreciones. «Los del pedregal» (Lc 8,13) son los que aceptan el mensaje con alegría, pero que no asumen a fondo ningún compromiso. Solamente han asimilado del mensaje aquello que se avenía con su ideología y expectaciones. Cuando llega la prueba, en tiempos difíciles, desertan. La parte que cayó «entre las zarzas» (Lc 8,14) son los oyentes que no han hecho la ruptura. Siguen aferrados a las riquezas, a los placeres de la vida, a las exigencias de la sociedad de consumo, atenazados por las preocupaciones de la vida. «La parte de la tierra fértil» son los oyentes que, «al escuchar el mensaje, lo van guardando en un corazón noble y bueno» (Lc 8,15). El fruto del reino no es instantáneo, sino que requiere constancia. Ni se trata de un fruto estacional, sino que «van dando fruto con su firmeza». Es toda una vida al servicio de los demás. Todos tenemos una parcela de «tierra fértil, tierra buena» donde la Palabra puede dar fruto.

Siguiendo con la explicación alegórica de la parábola nos podríamos preguntar: ¿qué clase de terreno somos?, mejor dicho, ¿cómo estamos asumiendo en nuestra vida la Palabra de Dios?, y ¿cuál es nuestro compromiso con el mensaje del Reino que Jesús nos anunció? ¿Somos camino trillado por todo tipo de tentaciones, corazón que pisotea a nobles sentimientos de amor, justicia, paz, solidaridad, oblación por los demás? ¿Somos vida complicada y amarga, indiferente, egoísta, que no retiene sentimientos de piedad, compasión, altruismo? ¿Somos una persona enredada en la maleza y espinas que no logra despegarse de los intereses mezquinos que encadenan? ¿Cuánto tenemos en el alma de tierra fecunda, con hambre de Dios, sed de justicia, espíritu de servicio, de entrega a la misión evangélica a la que hemos sido llamados? ¡Cuántas preguntas! Pero es que la parábola nos deja mucho para meditar. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser tierra fértil, tierra buena, de tal forma que la salvación llegue cada día a más y más personas; y así, produciendo todos abundantes frutos de salvación hagamos de nuestro mundo un reflejo de la paz, de la alegría y del amor que se nos ha prometido en la vida eterna. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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