San Mateo no solo no ocultó su pasado sino que, al reconocerse especialmente llamado, nos ayuda a comprender que la vocación cristiana y particularmente la del apóstol, es, ante todo, un acto de misericordia y de amor por parte de Cristo. El Papa Francisco lleva en su escudo una expresión de San Beda el venerable que hace referencia a esta llamada de San Mateo: «Miserando atque eligendo». Que algunos traducen como «Lo miró con misericordia y lo eligió». Y es que el Papa cuenta que fue en la fiesta de San Mateo en que él descubrió el llamado al sacerdocio. Cuenta el Santo Padre: «Aquel 21 de septiembre de 1953 era el día del estudiante en Argentina, que coincide con el día de la primavera, que se celebra con una gran fiesta. Antes de ir a la fiesta pasé por la parroquia a la que asistía, y encontré a un sacerdote al que no conocía y sentí la necesidad de confesarme, y esta fue para mí una experiencia de encuentro, he encontrado alguien que me esperaba. No sé qué pasó, no me acuerdo, no sé por qué ese sacerdote estaba allí o por qué he sentido esta necesidad de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba, me estaba esperando desde hacía tiempo y después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era él mismo, había sentido una voz, una llamada. Me convencí que debía convertirme en sacerdote, y esta experiencia en la fe es importante».
Cada vocación es un regalo de la misericordia de Dios que nos elige, como eligió a Mateo y a tantos otros. La vocación de San Mateo nos invita a pensar en nosotros mismos, llamados igualmente a trabajar en el campo del Reino de Dios aquí y ahora. Este es un buen día para tomar conciencia, una vez más, de que somos convocados para realizar una misión que en cierto modo nos desborda pero que viene encomendada por Dios. La llamada es un don ciertamente inmerecido, pero también una gracia comprometedora al descubrir que el Señor nos ha llamado como hizo con el apóstol San Mateo, para que trabajemos en su heredad, colaboremos en su obra y sigamos construyendo su Iglesia aquí y ahora. No nos faltará su ayuda ni el aliento del Espíritu, como tampoco la intercesión de la Santísima Virgen María, a la que invocamos constantemente como la primera que fue llamada. A ella confiamos también el fruto espiritual de nuestro ser y quehacer conforme a la vocación específica que vivimos. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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