La mayor parte de la vida de Jesús trata de lo ordinario de cada día, y la vivió entre los enfermos, los deprimidos, los preocupados por el futuro, los que ocultaban su vergüenza del pasado, los que habían perdido la fe y los que la recuperan. Personas que pierden a un ser amado que muere, que están implicados en malentendidos familiares, que están hambrientos y sedientos, etc. Pero en medio de todo eso, esta la gente que intercede por otros. ¡Cuánta gente pide por nosotros! ¡Cuántos son los que nos encomiendan con nuestra propia situación de vida! ¡Cuántos se gozan de lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas!
Finalmente, quiero ir a la sencillez de la forma en que Jesús hace el milagro: «le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá! —que quiere decir “¡Ábrete!”». Dios no necesita de grandes aspavientos para traernos la salvación, la sanación, la paz, la armonía a nuestro ser. Cuando fuimos bautizados, nuestros oídos y lengua fueron bendecidos, de manera que pudiéramos escuchar la voz de Dios y alabarlo. Hoy es bueno, al hacer nuestra reflexión, pedir al Señor que renueve el regalo que recibimos entonces. Con María, dejemos que el Señor «nos toque» y con sencillez digamos nosotros también, como la gente el relato evangélico: «¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos». ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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