martes, 28 de septiembre de 2021

«La firme determinación de ir a Jerusalén»... Un pequeño pensamiento para hoy


Con el episodio evangélico de hoy (Lc 9,51-56) empieza toda una larga sección, propia de San Lucas, a la que llaman los estudiosos de la Biblia «el viaje a Jerusalén». En Lc 9,51 se nos dice que «Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén», y este largo viaje durará diez capítulos del evangelio, hasta Lc 18,14. Ha llegado para Jesús la hora «de salir de este mundo». Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora «subida» a Jerusalén, o sea, hacia los grandes acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección. De paso no perderá el tiempo, sino que va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento.

Para ir de Galilea a Jerusalén, la ruta más directa es la que pasa por Samaría y este relato refleja la ancestral hostilidad existente entre galileos y samaritanos. Los peregrinos que iban a Jerusalén para las grandes fiestas de Israel, evitaban el paso por Samaría, utilizaban el camino de la costa o el valle del río Jordán. Para Jesús, que tiende la mano a todos, ésta es una buena oportunidad para anunciar a los samaritanos su Evangelio. Por eso envía mensajeros para que preparen su paso por esta tierra, pero ellos no lo consiguen, porque los samaritanos los rechazan, debido al destino del viaje, la rival Jerusalén. Obviamente, los samaritanos desconocían la razón real del viaje de Jesús a Jerusalén, la cruz.

El Evangelista nos cuenta que Santiago y Juan se llenaron de rabia por este rechazo y querían desquitarse, y preguntaron a Jesús si los exterminaban haciendo bajar fuego sobre ellos. Jesús los reprendió, y después se fueron a otro pueblo. Jesús sabe que las rivalidades históricas de su pueblo no se remedian generando más odio y muerte. Con esta escena del Evangelio, nos queda claro que Jesús no vino a destruir sino a redimir. La actitud de Jesús con sus discípulos es un llamado para que todo discípulo–misionero suyo deponga el odio, el resentimiento y la venganza, y sea un constructor de espacios de dialogo y concertación que permitan construir la paz entre todos. Esa tarea nos toca realizarla a nosotros desde nuestros pequeños círculos familiares hasta el gran marco de la sociedad. Pidamos a María Santísima que nos ayude y nos aliente para ser constructores de paz. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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