lunes, 20 de septiembre de 2021

«Luz que brilla»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este lunes (Lc 8,16-18) se abre con una cuestión de lógica. Pensemos por ejemplo que cuando se va la luz y lo que tenemos a mano es una vela, vamos a buscar prenderla y ponerla en el lugar en que alumbre más el espacio, no en donde de poca luz. Esto es algo muy lógico que podemos aplicar a nuestra vida de dar testimonio de la luz de Cristo al mundo. Las estadísticas dicen que los católicos en el mundo somos 1,345 millones y el mundo tiene 7.8 billones de habitantes... ¿Somos muchos los católicos o somos poquitos? Sea como sea, cada uno de nosotros viene a ser como una vela que ha de iluminar con la luz de Cristo el espacio que nos rodea... ¿Qué estamos haciendo con nuestra luz? ¿Qué alumbramos? Dicen que a San Francisco Xavier se le cansaban los brazos de tantos bautismos que hacía, que San Juan María Vianney confesaba 18 horas al día, que San José Moscati como médico consultaba a horas y deshoras y que Santa Teresita del Niño Jesús ardía de ganas de ser misionera del mundo entero... ¿Qué pasa con la vela que yo tengo? ¿tengo una verdadera solicitud por hacer que la luz rinda al máximo su resplandor y claridad?

Uno de los mejores frutos de la lectura, escucha, estudio y reflexión de Palabra de Dios que escuchamos es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera. Para eso la dejamos entrar a nuestro corazón: para que, evangelizados nosotros, evangelicemos a los demás. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Es curioso, pero muchos católicos tienen una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos! No hace falta escribir libros o emprender obras muy ostentosas. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra que orienta, aquel hijo que está cuidando de su madre enferma, aquella anciana que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.

Después de hablar de la luz, Cristo, en este relato, hace una aplicación práctica cuando cuestiona si se entiende bien la cosa, y dice que «al que tiene se le dará más; pero al que no tiene se le quitará aun aquello que cree tener» y con esas palabras cierra su discurso de hoy. ¡Qué terrible pasarse la vida cuidando que velita que está tapada por una vasija o debajo de la mesa de apague! De nada sirve eso porque la vela no alumbrará la vida de nadie. Quién vive seguro en sus cosas pensando que con comer y vestir tiene resuelta su vida, ahí mismo se queda atrapado y poco a poco se va ahogando en su propio egoísmo. Es como el que teniendo dinero en el banco se fía de los intereses y se dedica a gastar; si no hace ingresos, poco a poco el dinero se agota y pierde lo que tenía. Por el contrario, una persona que vive de los valores del espíritu, que goza compartiendo su tiempo y su dinero con los hombres, su vida se carga de densidad, sus fuerzas se renuevan y todo parece renacer cada día. Es cuestión de jugar a la banca del amor, como decía la beata María Inés Teresa, dando te enriqueces; cuanto más te entregas más te posees. Es la paradoja del Evangelio: morir para nacer; servir para reinar; dar para recibir... Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de ser, como Jesucristo, luz que ilumine el camino de quienes, viviendo en las tinieblas del pecado y del error, necesitan de quien les ayude a encontrar el camino de la salvación, del amor y de la paz. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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