La escena nos interpela porque nosotros, como discípulos–misioneros, debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren —porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida— ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió en aquella parábola? Lo que hoy reflexionamos no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto que vivió Jesús.
Los que estaban allí presentes, sacaron conclusiones sobre la persona de Jesús: «"Un gran profeta ha surgido entre nosotros." Y también: "Dios ha visitado a su pueblo"». Reconocieron a Jesús como «un gran profeta»: su gesto fue profético. Detrás de la resurrección del muchacho aquellos entrevén la resurrección de Israel. Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, ponernos en los zapatos de los demás, como Cristo lo hizo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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