martes, 14 de septiembre de 2021

«La resurrección del hijo de la viuda de Naím»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Lucas es el único de los cuatro evangelistas que nos narra el milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) y es el relato que el día de hoy propone la Liturgia de la Palabra para la Misa. Cuántas veces vemos en el Evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros. Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo. La muerte de su «único» hijo, había dejado a la viuda sin esperanza y desprotegida en todo sentido. Ante esta situación, Jesús reacciona con gran ternura y compasión. «No llores», le dijo Jesús a la viuda; detuvo el cortejo, y tocó el féretro sin temor de contaminarse. La gente enmudeció. «Muchacho, levántate» le ordenó Jesús. El muchacho se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

La escena nos interpela porque nosotros, como discípulos–misioneros, debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren —porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida— ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió en aquella parábola? Lo que hoy reflexionamos no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto que vivió Jesús.

Los que estaban allí presentes, sacaron conclusiones sobre la persona de Jesús: «"Un gran profeta ha surgido entre nosotros." Y también: "Dios ha visitado a su pueblo"». Reconocieron a Jesús como «un gran profeta»: su gesto fue profético. Detrás de la resurrección del muchacho aquellos entrevén la resurrección de Israel. Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, ponernos en los zapatos de los demás, como Cristo lo hizo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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