martes, 7 de septiembre de 2021

«El llamado de Jesús a estar con él y ser enviados»... Un pequeño pensamiento para hoy


El pasaje de la llamada de Jesús a sus discípulos que el Evangelio de hoy nos narra (Lc 6,12-19) nos anima mucho y nos hace recordar que nosotros también hemos sido llamados para seguir a Jesús como discípulos–misioneros. Antes de contar la elección de los doce apóstoles, San Lucas nos dice expresamente que «Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios». La oración fue una compañera inseparable de Jesús. En todo el Evangelio le vemos orando, sobre todo en los momentos más decisivos de su vida: antes del Bautismo, al realizar varios milagros, en la Última Cena, en el Huerto de los Olivos, en la Cruz, y así es en este momento, antes de invitar a seguirle a quienes van a ser sus colaboradores más cercanos. Los llamados son doce: un número que puede verse como simbólico de muchas cosas —los doce meses del año, o los signos del zodíaco—, pero sobre todo de las doce tribus de Israel. Así, Jesús manifiesta que el nuevo Israel, la Iglesia, viene a sustituir y cumplir lo que se había empezado en el antiguo.

La lista de los doce aparece varias veces en el Evangelio, con ligeras diferencias de orden, que no es el momento de subrayar. Lo cierto es que los doce no son grandes personalidades. Le van a defraudar en más de una ocasión. Pero es el estilo de Dios, que va eligiendo para su obra a personas débiles. A partir de ahora estos doce van a acompañar muy de cerca a Jesús, y van a colaborar en su evangelización, en sus signos de curación y de liberación del mal. Aunque tendrán que madurar mucho para ser los colaboradores que Jesús necesita para la salvación del mundo. La comunidad de Jesús es «apostólica». Está cimentada en la piedra angular, que es Cristo Jesús. Pero también tiene como fundamento a los apóstoles que él mismo eligió como núcleo inicial de la Iglesia. 

Todos los bautizados, como discípulos–misioneros, formamos la comunidad de Jesús, el Cuerpo de Cristo, que es la Cabeza. Él es el Pastor, la Luz, el Maestro. Pero a la vez recordamos que mandó a sus apóstoles que enseñaran y que fueran pastores y luz para el mundo. Esta comunidad «apostólica» es la que colabora con Cristo y su Espíritu en el trabajo que él hizo en directo, mientras vivió sobre la tierra: anunciar la buena noticia a todos, curar enfermos, liberar a los atormentados por los espíritus malos. Desde hace dos mil años este mundo no ve a Jesús, pero debería sentir la fuerza curativa y liberadora de la comunidad de Jesús, en todos los ambientes, también en los más cercanos de la vida familiar y social y de nuestro trabajo por nuestro testimonio. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de sabernos dejar formar y guiar por el Espíritu Santo, para que proclamemos el Nombre del Señor como auténticos testigos suyos porque hemos sido llamados. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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