lunes, 13 de septiembre de 2021

«Palabra que cura»... Un pequeño pensamiento para hoy


Normalmente en el Evangelio, cuando se habla de curaciones que hace Jesús, el hace los milagros mediante un contacto físico y silencioso, tocando a los enfermos o imponiéndoles las manos. Algunos otros relatos de milagros se preocupan por mostrar cómo Jesús acompaña a su gesto curador con una palabra (Mt 8. 3; Mc 5. 41). Esta expresa claramente la intención de Cristo, mientras que el gesto la lleva a su expresión más completa. Pero en el Evangelio de hoy (Lc 7,1-10) la curación que realiza Jesús del criado del centurión, se realiza de manera distinta, es una curación a distancia. Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús. A aquel hombre le basta sólo eso, la palabra en la cual confía.

La actitud de este centurión es de humilde respeto. Él no se atreve a ir personalmente a ver a Jesús, ni le invita a que vaya a su casa, porque ya sabe que los judíos no entran en casas de paganos. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar. Jesús alabó la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, fue, seguramente muy reconfortante encontrar una fe así: «Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande». La actitud de aquel centurión, que pide un milagro no para él, sino para su criado, y la alabanza de Jesús, son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de «los nuestros», ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que «ni en Israel he encontrado tanta fe».

En una sociedad como la nuestra, más paganizada que nunca, en la que los contravalores del reino —la idolatría del dinero, el ansia de poder, el engreimiento de la ciencia— se nos presentan como el ideal del hombre feliz y eficiente, se hace difícil pensar que Jesús encontraría más fe en algún no practicante o incluso en un ateo, antes que en los creyentes practicantes. Y, no obstante, la historia se repite. Dentro de esta sociedad que el hombre religioso tilda de corrompida y atea, es muy posible que el mensaje de Jesús continúe encontrando más eco y que en ella se produzca más liberación que no en personas que se consideran profundamente religiosas. Basta ver cómo muchos de los mensajes del papa Francisco encuentran acogida en muchas de estas personas. De hecho, la tierra buena en la que enraizó la semilla del mensaje y en la que fructificó al ciento por uno fueron hombres y mujeres procedentes del paganismo, ajenos completamente a las categorías y cultura judías. ¿Qué nos dice esto? Que nuestra fe tiene que ser tan grande como la de aquel centurión que creyó en la palabra de Jesús. Que María Santísima, que vivió a la escucha y práctica de la palabra de Dios, nos ayude. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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