lunes, 27 de septiembre de 2021

«En discusión»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos, mientras permanecieron con el Maestro, nunca abandonaron sus pretensiones de poder. Constantemente se enfrascaron en discusiones acerca de quién debería ocupar el primer lugar, quién ocuparía un trono junto al rey o quién sería el más importante en el futuro. El Evangelio de hoy nos sitúa en una discusión entre los discípulos de Cristo en la que debatían sobre quién era el más grande de ellos. Jesús se da cuenta de la situación y toma a un niño para ponerlo en medio de ellos y enseñarles que el más pequeño entre ellos será el más grande. Jesús quiere que los suyos comprendan que lo grande no es reinar, sino servir. Para Jesús el servir es cosa grande e importantísima en el dinamismo del Reino, porque servir a los hombres, es servir a Dios... y es imitar a Jesús. El destino personal de Jesús ha estado en contradicción total con lo que los hombres sueñan habitualmente. ¡De ahí su grandeza! 

La sencilla enseñanza de Jesús, pone de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo–misionero de Jesús no debe ser así, sino que, siguiendo el ejemplo del niño, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano. De igual modo, como vemos en la parte final de la reflexión, los discípulos creían poseer la autoridad de Jesús en exclusiva, pero Jesús los contradice. Siempre que se luche contra el mal, se haga el bien y se siga los caminos de Jesús, cualquier persona tiene el poder y la autoridad que Dios le otorga a todos los seres humanos de buena voluntad. El don de Dios no es para privilegiados, sino que está disponible para la humanidad en la medida que sea bien empleado.

El hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios y de no creernos dueños del monopolio de enseñar y hacer obras en nombre de Jesús, nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento en una actitud de servicio siempre en sencillez. Estas enseñanzas le han valido, por ejemplo, a santa Teresita de Lisieux, a quien celebraremos en unos días, el título de «Doctora de la Iglesia». En su libro «Historia de una alma», ella admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra. Este, y otros ejemplos de la vida de los santos, nos hacen ver que es preciso liberarse de la tiranía de las ansias de poder, para vivir en la verdad de nuestro ser. Sólo así se puede disfrutar la alegría y sencillez de los niños para acoger gozosamente la voluntad de Dios, y así ser «importantes» en el Reino de los Cielos dejando que los demás sean también anuncio y presencia del Reino. Que María Santísima con su sencillez de vid venga en nuestro auxilio. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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