Reflexionando en el pasaje vemos que la pregunta se nos repite periódicamente a nosotros, y no es superflua: ¿quién es Jesús para nosotros? Claro que como discípulos–misioneros suyos sabemos quién es Jesús. No sólo creemos en él como el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino que le queremos seguir con fidelidad en la vida de cada día. Pero ciertamente tenemos que refrescar con frecuencia esta convicción, pensando si de veras nuestra vida está orientada hacia él, si le aceptamos, no sólo en lo que tiene de maestro y médico milagroso, sino también como el Mesías que va a la cruz, que es lo que él añade a la confesión de Pedro. Esto último es lo que más les costaba a los apóstoles comprender y aceptar en su seguimiento de Jesús, porque el mesianismo que ellos tenían en la cabeza era más bien triunfalista y sociopolítico. Pero, ¿quién es Jesús para ti ahora, en esta etapa concreta de la vida que estás viviendo en medio de este tiempo inesperado de una pandemia que se prolonga más y más?
Jesús es el Mesías, como reconoce San Pedro, pero sabemos que este mesianismo no se muestra plenamente más que en la cruz y en la resurrección. Es la piedra de toque. Un discípulo–misionero del señor no se entenderá sin la vivencia de la cruz y de la resurrección. Acompañar a Jesús en el triunfo a todos nos agrada, pero seguirlo hasta la muerte requiere coraje, y resulta más fácil salir con evasivas que ligarse a un compromiso que pone en riesgo la propia vida. Seguir al Mesías, y un Mesías crucificado, es lo que nos autentifica como cristianos, como sus discípulos–misioneros; lo que nos da fuerza para aceptar el dolor; lo que nos capacita para dar una palabra de esperanza ante el sin sentido de la injusticia; lo que nos llena de alegría y paz el sabernos amados por Dios. El que confiesa a Jesús como el salvador de su vida y de la historia, ese es un discípulo–misionero del Mesías. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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