La actitud de Herodes era, obviamente, superficial. Quería tener a Jesús con él para mostrarlo como un espectáculo fuera de lo común, porque Herodes, como muchos del mundo, gustan de lo sensacionalista, de lo que haga ruido por ser raro, de lo que sea curioso. En el mundo de hoy, por parte de algunos, también existe ese tipo de curiosidad por Jesús. Si lo vieran por la calle, algunos le pedirían un autógrafo, como a un artista, pero no se interesarían por su mensaje. Otros quizá buscan en él lo maravilloso y milagrero, cosa que no gustaba nada a Jesús. Para otros, Jesús ni existe. Otros le consideran un «superstar», o un gran hombre, o un admirable maestro en medio de la corriente del New Age. Otros se oponen radicalmente a su mensaje, como pasó entonces y ha seguido sucediendo durante dos mil años. Abunda la literatura sobre Jesús, que siempre ha sido una figura apasionante. Una literatura que en muchos casos es morbosa y comercial y que a algunos, les da la misma curiosidad herodiana.
Nosotros no lo seguimos por esa clase de curiosidad, sino por la fe, que de alguna manera es una curiosidad buena, un anhelo de conocerle para amarle y hacerle amar. Sólo quien se acerca a Jesús con fe y sencillez de corazón logra entender poco a poco su identidad como enviado de Dios y capta su misión salvadora. Nosotros somos de éstos. Pero ¿ayudamos también a otros a enterarse de toda la riqueza de Jesús? Son muchas las personas, jóvenes y mayores, que también en nuestra generación «desean ver a Jesús», aunque a veces, en su curiosidad, no se den cuenta a quién están buscando en verdad. Nosotros deberíamos dar testimonio, con nuestra vida y nuestra palabra oportuna, de que Jesús es la respuesta plena de Dios a todas nuestras búsquedas. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la fe que hemos depositado en Jesús, su Hijo y Señor nuestro. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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