Paso ahora a la reflexión sobre el Evangelio del día (Lc 6,1-5) en el que Jesús toca el tema del sábado por el incidente que pasa con sus discípulos. Jesús apreciaba el sábado y, como buen judío, lo hacia parte de su espiritualidad: por ejemplo, iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la Palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a este día. Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero lo que en este incidente —que hay que leer— critica Jesús, es una interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre? Y entonces recurre al ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer «panes sagrados», aunque en principio no eran para ser comidos así (1 Sam 21).
La Ley que Dios había dado para constituirlos como pueblo de personas libres (Ex 20,2), los fariseos y los escribas la convirtieron en instrumento de opresión y esclavitud. Jesús les hace ver, en medio de la discusión que surge, que una ley así, es más una amenaza que una senda de libertad: «El Hijo del hombre también es dueño del sábado». Con esto queda clara la superioridad Cristo sobre la Ley y la superioridad del hombre sobre el sábado. Superioridad que no permite hacer caprichos funestos sino poner la ley del Espíritu como norma de vida, verdad y amor para servir. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de hacer el bien en todo momento y en toda circunstancia; pues en esta labor no podemos darnos descanso alguno, recordando lo que nos advierte el Señor en otra parte del Evangelio: «Mientras uno duerme el enemigo siembra la cizaña» (Mt 13,25). Que Dios nos conceda estar, más bien, siempre al servicio de su Evangelio. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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