Mientras Jesús les habla de los acontecimientos que tienen que suceder para que su tarea como Mesías llegue a su plenitud, sobre todo que tiene que sufrir y padecer en su pasión, los discípulos comienzan a preocuparse por el lugar que puedan ocupar en el futuro Reino como ministros o consejeros del Mesías. Nuestro Señor aprovecha esta discusión para poner de manifiesto las condiciones de ingreso en el Reino. A esos despistados discípulos que iban averiguando por el camino, les debe quedar en claro que no solo habrá de pasar por el sufrimiento el Mesías para entrar en el Reino, sino que también ellos, a su vez, deberán presentarse en él como siervos, como pequeños, y como pobres, por eso viene enseguida la escena del niño —que no se sabe de dónde salió— ya que los niños estaban considerados en aquella época como seres insignificantes.
A todos nos sirve la lección de Jesús en este relato, incluso la escena plástica de llamar a un niño y ponerlo en medio de ellos para decirles que el que acoge a un niño acoge al mismo Jesús. A la luz de este Evangelio hemos de ver cómo Jesús nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a hacer favores sin pasar factura. O sea, a seguir el ejemplo de Jesús, que «no ha venido a ser servido sino a servir», que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia vida por la vida de los demás. Si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos discípulos–misioneros entonces? Si la Iglesia como comunidad animada por el Espíritu de Jesús no instaura ese estilo inconfundible del Señor hecho siervo, ¿no haría increíble el Evangelio ya que proclamaría lo que no cumple y predicaría lo que no práctica? Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el camino. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario