Hoy podemos ver que existe una enorme competencia en todos los bancos de pesca... sectas, gurús e ideologías tratan de seducir a hombres y mujeres que nadan entre dos aguas, abandonados a las corrientes que les llevan de acá para allá sin que ellos puedan dar con el sentido de su vida. Uno puede ser capturado en el sentido en que se afirma de un prisionero, y puede también ser capturado en el sentido que se emplea para referirse a un enamorado que ha quedado atrapado en las redes del amor. Es en este último sentido que la Iglesia «pesca», yendo tras los que se dejan alcanzar por Jesús. La misión de la Iglesia consiste en lanzar a todos los vientos la Palabra para que los hombres queden seducidos por ese rostro que les despierta a la vida y a la libertad.
«Pescador de hombres» significa para la Iglesia evangelizar, mover el corazón, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor la buena noticia del amor y la salvación. En el origen de nuestra vocación como discípulos–misioneros tal vez no haya una «pesca milagrosa» o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, porque nos dejamos alcanzar por él, y tenemos la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo. Vayamos «mar adentro» con María Santísima y sigamos siendo pescadores al estilo de aquellos primeros seguidores de Jesús que dejaron todo para seguirle. ¡Dios está con nosotros! Basta tener la Fe y la transparencia de corazón suficientes para saber mirar... y para arriesgarnos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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