jueves, 20 de mayo de 2021

«Ser uno, como Cristo y Padre son uno»... Un pequeño pensamiento para hoy


Es de un inmenso consuelo saber, en estos últimos días de la Pascua, antes de llegar a Pentecostés, que en sus últimas horas, que el evangelista nos presenta hoy (Jn 17,20-26) Jesús pensó en todos nosotros. Y lo hizo con un cariño tan grande, que se transparenta en la inmensa ternura que san Juan pone en las palabras de Cristo en esta oración sacerdotal. Cuando Jesús pensó en las comunidades cristianas futuras, lo primero que hizo fue pedir por su unidad. Bien sabía que la gran amenaza del cristianismo sería siempre la división, no una división de mal humor o de rabias pasajeras, sino la división profunda de los intereses particulares, del egoísmo. La petición de Jesús es la unidad, expresión y prueba del amor, distintivo de la comunidad; su modelo es la unidad, que existe entre él y el Padre, y es condición para la unión con ellos. Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y Jesús. Se establece así la comunidad de Dios con los hombres; su presencia e irradiación desde la comunidad, a través de las obras que revelan su amor, será la prueba convincente de la misión divina de Jesús. No se convence con palabras, sino con hechos.

A lo largo de la historia vemos cuánta razón tenía Jesús. ¡Cuántas veces la Iglesia se ha dividido por diversas causas! ¡Cuántas veces por estar al lado de los poderosos, abandonando el lugar de los descartados! ¡Cuántas veces por confundir lo accidental con lo necesario o por considerar como revelado lo que era puramente cultural! ¡Cuántas por imponer la cultura de una iglesia sobre las otras, o por despreciar o condenar las otras culturas! ¡Y cuántas por imponer cargas pesadas e innecesarias y por tomar actitudes legalistas, descuidando lo más importante: la justicia y la dignidad humana!, y estas son solamente algunas de las causas de esa división que Jesús anhela que termine y que todos seamos uno, como el Padre y él son uno.

Si Cristo insiste tanto en la unidad en este pasaje es porque sólo a través de ésta, en el amor y por el amor, habrá paz en el mundo. El Evangelio nos anima hoy a abrir nuestro corazón a los nuevos aires del Espíritu. Sólo si nos sentimos animados por la misma fe en un mismo Padre sentiremos que esta casa que él nos ha dado es «nuestra» única Casa. El relato de hoy nos deja claro que la unidad que Jesús pide al Padre es de naturaleza pascual. Una unidad que se logra cuando uno muere para que el otro viva. No es un gesto de rendición o de debilidad sino de fe en el don de Dios. Lo nuevo sólo adviene cuando lo viejo es crucificado y sepultado. Al modo como Jesús y el Padre son uno, así debemos serlo todos los discípulos–misioneros. Oremos con María, en espera del Espíritu, por la unidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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