jueves, 6 de mayo de 2021

«Permanecer en el amor de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy nos habla de un tema maravilloso: La permanencia en el amor de Dios (Jn 15,9-11). La vocación de todo discípulo–misionero de Cristo es permanecer en el amor de Dios, o sea, respirar y vivir de ese oxígeno, vivir de ese aire. La fuente de todo esto es el Padre misericordioso. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Coloquialmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en el amor si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida.

Si quisiéramos identificar la principal causa de la crisis de nuestra sociedad dentro y fuera de la pandemia, tendríamos que decir que es la falta de amor. Hace falta en las relaciones sociales ese sentimiento que nos acerca y nos permite reconocer en el otro a un hermano, sabiendo que somos hijos de un mismo Padre. Sin embargo, los esfuerzos individuales no son suficientes. A la cabeza de los sistemas que rigen nuestras sociedades hay ideologías que fomentan el egoísmo y la individualidad. Es necesaria una renovación de las mentes y de las estructuras sociales, donde las propuestas y las nuevas experiencias surjan del amor. Entonces sí, la «alegría será completa».

El amor vivido en la dimensión que Cristo marca es causa de alegría y fundamento de felicidad. Cristo quiere que esta felicidad llegue en nosotros a la plenitud. La mayoría de los santos cristianos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que se han visto sometidos porque han vivido sumergidos en el amor. E es que el verdadero amor es la fuente de la felicidad, como lo habremos experimentado muchos de nosotros cuando hemos amado de verdad. La experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados. Con los enfermos y los desahuciados, los que han sido rechazados por la sociedad, los encarcelados, los pobres... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios. Que María Santísima, la que más supo amar después de Cristo nos ayude a permanecer en el amor. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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