Si quisiéramos identificar la principal causa de la crisis de nuestra sociedad dentro y fuera de la pandemia, tendríamos que decir que es la falta de amor. Hace falta en las relaciones sociales ese sentimiento que nos acerca y nos permite reconocer en el otro a un hermano, sabiendo que somos hijos de un mismo Padre. Sin embargo, los esfuerzos individuales no son suficientes. A la cabeza de los sistemas que rigen nuestras sociedades hay ideologías que fomentan el egoísmo y la individualidad. Es necesaria una renovación de las mentes y de las estructuras sociales, donde las propuestas y las nuevas experiencias surjan del amor. Entonces sí, la «alegría será completa».
El amor vivido en la dimensión que Cristo marca es causa de alegría y fundamento de felicidad. Cristo quiere que esta felicidad llegue en nosotros a la plenitud. La mayoría de los santos cristianos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que se han visto sometidos porque han vivido sumergidos en el amor. E es que el verdadero amor es la fuente de la felicidad, como lo habremos experimentado muchos de nosotros cuando hemos amado de verdad. La experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados. Con los enfermos y los desahuciados, los que han sido rechazados por la sociedad, los encarcelados, los pobres... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios. Que María Santísima, la que más supo amar después de Cristo nos ayude a permanecer en el amor. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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