Todos sabemos que Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios y el mundo actual simplemente lo ignora, habiéndolo sacado de la sociedad. Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, hay que renunciar al orgullo, a la seguridad en uno mismo y eso, al mundo egoísta no le cae. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre mundano siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las bienaventuranzas de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿Hacia cuáles apuntamos hoy en día? ¿Nos dejamos manipular, por las presuntas verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida eterna»?
Cada día que pasa hemos de profundizar en la empatía con Jesús que se manifiesta en un amor fervoroso. Lo aceptamos como líder, como amigo, como compañero, como hermano. Es decir, hay entre todos nosotros y Jesús una plena identificación. Por esto mismo le recibimos sus correcciones, sus llamadas de atención, las misiones que tenemos que cumplir y todo lo que el maestro diga, por la sencilla razón que en nosotros, como discípulos–misioneros existe sobre todo un gran amor hacia Jesús. Frente a lo que va a venir ya no hay temor porque si ese «mundo», que es todo lo contrario de Jesús, llega a odiar a cualquiera del grupo es porque se parece a su maestro. Así, ese «odio del mundo» se transformará para todo cristiano en motivo de orgullo y razón de identidad, porque el que sea perseguido lo será por estar revelando a Jesús. Pidamos a María santísima que, como Madre de Jesús, interceda por nosotros y nos ayude con su ejemplo a vivir en el mundo sin ser del mundo y agradar así a Dios nuestro Señor como ella le agradó. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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