martes, 11 de mayo de 2021

«En espera del Espíritu»... Un pequeño pensamiento para hoy


Vamos ya muy avanzados en nuestro camino de Pascua y ya Cristo empieza a hablar a sus discípulos de su partida. De hecho esto constituye el tema esencial del fragmento del Evangelio de hoy (Jn 16,5-11). Cristo afirma que su partida está cargada de sentido: El vuelve al Padre (Jn 14,2,3,12;16,5), porque su misión ha terminado y el espíritu Paráclito será el testigo de su presencia (Jn 14,26;15,26). Jesús compara la misión del Espíritu con la suya; en efecto, no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que es reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que Él se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida «transformado por el Espíritu» (Jn 7,37-39). 

Volvemos a encontrar hoy la pedagogía del Cristo resucitado que hemos visto en estos días y que no deja de utilizar para convencer a sus apóstoles de que no lo busquen ya en una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia «espiritual», entendiendo aquí espiritual no solamente como opuesto a físico, sino designando verdaderamente el mundo nuevo animado por Dios como lo vivimos nosotros ahora. Jesús les dice a sus discípulos que les hará más bien la presencia y ayuda del Espíritu Santo que su propia presencia externa. Sin embargo, para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última, definitiva y radical de su amor por el hombre, esa última prueba que tiene que llevar su condición humana al término del proyecto creador. Como el grano de trigo, si muere, se transforma por la fuerza de vida que contiene y se multiplica en otros granos, lo mismo la muerte de Jesús, su don total, libera en él toda la fuerza del Espíritu que contiene, haciéndolo comunicable. El Espíritu va a dar a los discípulos la posibilidad de amar como Jesús. Ahora bien, no sabrán cómo los ha amado Jesús ni podrán entender, por tanto, todo el alcance de su mandamiento, hasta que él no dé la vida por ellos (Jn 15,13).

Todos estos días en que nos vamos acercando al final del tiempo de Pascua, estaremos viendo que el Cristo pascual y el Espíritu son inseparables y que debiéramos pensar más sobre este inmenso don del Espíritu Santo que Dios Padre, por Jesucristo, nos ha dado. No estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu y es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo, discípulos–misioneros suyos. A la luz de esto debemos llevar, llenos del Espíritu Santo una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo. Nuestra oración en este tiempo debe ser pedir con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día. Pidámoslo hoy y durante toda la semana por intercesión de María santísima sobre la que descendió el Espíritu Santo y ella lo dejó actuar. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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