Tampoco el amor al estilo de Cristo se queda en la caridad con minúscula y caricaturesca, a la que muchos frecuentemente reducen el mandamiento de Jesús. El evangelio no da pie para que evaluemos el amor en donativos de caridad, en limosnas, en desprendimiento de lo que nos sobra y vamos a tirar. El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor. Un amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal. Pero un amor también efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Que cómo nos ha amado Jesús? La respuesta a esta pregunta es clara: «Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos». Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor porque no seríamos buenos seguidores de Jesús y no nos pudiéramos presentar como sus discípulos–misioneros.
Permanecer en esta clase de amor es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de esta pandemia que aún está presente en nuestro mundo y que reclama acciones de un amor especial pidiendo unos por otros y colaborando, obedeciendo las indicaciones sanitarias por amor. Hoy se necesitan más que nunca hombres y mujeres dispuestos a pasar de sucedáneos a cumplir con ese mandato de amar como El nos amó viendo todo detalle de convivencia humana. Hoy, nuestro mundo está urgentemente necesitado de más y más testigos veraces del amor, testigos que sean, en última instancia, reflejo del amor de Dios, mensajeros y reveladores de ese amor y que piensen en los demás. EL uso de las mascarillas, del gel y de la sana distancia son acciones de amor muy concretas que no debemos olvidar. A nosotros, a la comunidad de los discípulos–misioneros de Jesús, a la Iglesia, se nos ha encomendado especialmente esta tarea. ¿Qué hemos hecho de nuestra misión de amar en lo concreto? Que María santísima, que supo amar a Dios pensando en los demás, nos ayude. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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