viernes, 21 de mayo de 2021

«Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hemos terminado ayer de leer y meditar en el Evangelio de san Juan, en el capítulo 17, la oración sacerdotal de Jesús y hoy, el evangelista nos invita a ir al capítulo 21 (Jn 21,15-19) y encontrarnos con Jesús cuando hizo a Pedro una sola pregunta, tres veces y el encargo de cuidar de los corderos y las ovejas. Jesús pregunta tres veces no porque no supiera la respuesta, sino porque él sabía lo importante que era para Pedro comprometerse en voz alta, frente a sus compañeros. Este interrogatorio a Pedro nos hace ver que el amor a Cristo no puede ser auténtico mientras no se traduzca en un verdadero servicio a nuestro prójimo —«mis corderos, mis ovejas»—. Cuidar, velar de él, procurar su bien, defenderlo del mal y de las insidias de los malvados, es lo que estará indicando el grado de amor que realmente le tenemos a Cristo. Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera. Entonces podremos ser auténticos testigos de Cristo, dispuestos incluso a derramar nuestra sangre por Él en favor de nuestro prójimo, a quien amaremos como nosotros hemos sido amados por el Señor. Bien sabemos que san Pedro fue un gran amante de Nuestro Señor. Conocemos que falló una vez y le negó, y sabemos también que él jamás lo olvidó. Pero después de aquel suceso penoso hizo su fuerte resolución de jamás abandonar al Maestro. Jesús no duda del amor de su «Roca», y le hace un triple examen para poderle repetir tres veces cómo quiere él que le demuestre su afecto. «Me amas. Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas». 

Ciertamente podemos idear muchas formas ingeniosas para manifestar nuestro amor, pero siempre será mucho más acertada aquella que nuestra persona amada nos ha confiado que le gusta más. Desde aquel entonces san Pedro tuvo muy claro que amar a su grey «—todos los cristianos— era lo mismo que amar a su Maestro, y que si quería darle su vida debía darla a sus corderos, a sus ovejas. Lo importante siempre es hacer lo que Dios quiere y como Él lo quiere. Además, hay que ver que Jesús le dijo a Pedro que al dedicarse al cuidado de los corderos y las ovejas su vida no sería fácil y que, de hecho, pagaría el mayor precio, su vida: «Cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme» (Jn 21,18–19). Al igual que Jesús, Pedro terminó su vida en martirio. Si deseamos ser verdaderos seguidores de Cristo, debemos hacer conforme a sus deseos, vivir para los demás y no seguir nuestra propia agenda. Pedro tenía que aprender eso y por eso el Señor le hace este interrogatorio. El apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos todo este tiempo de Pascua, san Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. 

Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Y desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, tú sabes que te amo». Con María, convencidos del amor de Jesús caminemos hacia Pentecostés. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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