El Mesías ruega, con toda su alma, para que el Padre preserve del mundo y del Maligno a los suyos. Esto significa que la tarea del discípulo–misionero es instaurar, como lo ha hecho Jesús, un modelo de convivencia humana alternativo al que el Maligno ha logrado establecer. Para esto los seguidores del Señor necesitan ser preservados de las fuerzas negativas. Sin embargo, Jesús no se contenta con guardar una posición sólo preventiva frente al Mundo injusto. Es necesario que a esta clase de mundo le llegue también el mensaje de salvación. Por eso Jesús habla de que así como él fue enviado al mundo, a dar la Buena Noticia a los pobres, así también él envía a sus discípulos–misioneros a que hagan lo mismo. La misión de los discípulos–misioneros tiene el mismo fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y tiene además las mismas consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil. Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (Jn 10,36); sin embargo, afirma que se consagra él mismo por los discípulos (Jn 17,19), aludiendo a su muerte. La consagración con el Espíritu no es pasiva, exige la colaboración. Por parte de Dios consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu; por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese dinamismo de amor y entrega. Por eso Jesús pide que el Padre los guarde unidos, y luego, le pide que los preserve de los males y las seducciones del mundo.
Al leer y meditar estos pasajes de la oración sacerdotal de Jesús, debemos sentirnos halagados y agradecidos: Cristo ora por nosotros al Padre, intercede por nosotros. Si seguimos estando desunidos y si el mundo nos seduce con sus insidias, se debe solamente a nuestros pecados. Si las iglesias cristianas tienden tan anhelosamente a la unidad, y batallan por el Evangelio en el mundo de las injusticias y la violencia, se debe a la oración de Jesús que no deja de pedir por nosotros ante el Padre. Jesús nos envía a sus discípulos, como el Padre lo envió a él. Somos sus discípulos–misioneros para transformar el mundo rebelde en un mundo de hijos obedientes de Dios. Así nos consagraremos en la verdad, es decir, nos habremos puesto incondicionalmente en el camino de cumplir siempre y únicamente la voluntad de Dios, como Jesús. Unidos con aquellos primeros discípulos y como ellos, unidos con María, esperemos la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés que nos llene de valentía en nuestra condición de discípulos–misionero de Cristo. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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