Los primeros cristianos fueron expulsados de la sinagoga antes del año 100. Para la comunidad esta situación constituyó una experiencia muy dolorosa. En concreto, esta comunidad de Juan de la que nos habla en su Evangelio vivía en una región donde los judíos tenían gran influencia política. Por esto, en el Evangelio casi siempre aparecen «los judíos» como una autoridad amenazante. Además, predomina el partido Fariseo, que tomó el liderazgo del pueblo de Israel luego de la destrucción de Jerusalén. Para los cristianos la exclusión de la sinagoga no sólo significaba una marginación de tipo religioso, sino que ponía también en peligro su capacidad de sobrevivencia en un medio mayormente hostil. La persecución, como nos deja ver la perícopa, era evidente. Los defensores del fanatismo se creían con la autoridad para oprimir a los disidentes. Más aun, creían dar culto a Dios dando muerte a sus opositores. Una religión que cree tener el derecho fundamental a matar, excluir u oprimir a sus opositores ciertamente, tiene por culto la muerte. Jesús se opuso radicalmente a esta mentalidad. Él siempre se empeñó en dar vida a su pueblo. La comunidad de Juan enfrentó una situación similar, reconoce que Jesús es el Mesías, que el Dios de la vida es el único y verdadero Dios, por tanto se convierte en obstáculo para los fanáticos.
La realidad es que la persecución de los cristianos sigue aconteciendo, sigue pasando en tantos lugares del mundo, ahora en nuestro tiempo, cuando se persigue a los cristianos por oponerse a regímenes inhumanos cuyo dios es la fuerza y el poder del dinero. Jesús ha anunciado a sus discípulos que serán partícipes de sus sufrimientos, pero que el Espíritu de la Verdad los alentará para que su fe no desfallezca. Y que al final, los mártires —los testigos fieles— recibirán el don supremo de la resurrección. Podríamos preguntarnos este día hasta qué punto somos dóciles al Espíritu que Jesús envía a su Iglesia, hasta que punto nos abrimos a su influjo y acatamos sus inspiraciones con valentía. Y podríamos preguntarnos también qué haríamos si nos persiguieran por ser discípulos–misioneros de Cristo. ¿Estaríamos dispuestos a continuar siendo cristianos? Pidamos por intercesión de María, la Mujer fiel, que seamos fuertes ante las pruebas y sepamos, con la fuerza del Espíritu Santo, defender el nombre de Cristo. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
P.D. En México y en otras partes del mundo se celebra el «Día de las Madres», así que felicito de todo corazón a todas las mamás, deseando que tengan un día maravilloso agradeciendo a Dios el don de la maternidad al celebrar la Eucaristía y en el rezo del Rosario. Pido por mi mamá, Blanca Margarita, y por todas las mamás vivas, a la vez que encomiendo también las almas de las mamás que ya han sido llamadas a la presencia de Dios. ¡Feliz día de las madres!
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