martes, 4 de mayo de 2021

«Los apóstoles Felipe y Santiago»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy seguimos de fiesta. Ayer celebramos la fiesta de la Santa Cruz y hoy tenemos el festejo de los apóstoles Felipe y Santiago. La Iglesia nos pone para la liturgia de la Palabra un pasaje del Evangelio de san Juan (Jn 14,6-14), desde luego, porque en ella se menciona al apóstol Felipe. En el pasaje evangélico el apóstol Felipe hace a Jesús una petición audaz e inusitada: «muéstranos al Padre y eso nos basta». ¡Qué tal!... como si a Dios se le pudiera mostrar aquí o allá, como se muestra a una persona o a una cosa cualquiera. Como si Dios pudiera ser contemplado con nuestros ojos mortales, cuando en el Antiguo Testamento es constante la afirmación de que quien vea a Dios necesariamente morirá —véase por ejemplo Ex 33,20; Is 6,5—. Pero con su audacia el apóstol Felipe ha hecho que Jesús nos revele el verdadero rostro de Dios: «quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Conocer a Jesús, escuchar sus palabras, vivir sus mandamientos, equivale a conocer plenamente a Dios, a contemplar su rostro amoroso reflejado en la bondad de Jesucristo, en su misericordia y amor hacia los pobres y sencillos.

De Santiago el menor sabemos poco, solamente que llegó a ser líder de la comunidad cristiana de Jerusalén hasta los calamitosos años anteriores a la guerra judía contra Roma. El historiador Flavio Josefo, contemporáneo de los acontecimientos, nos dejó un testimonio vívido y honroso del apóstol en una de sus obras (Antigüedades judías 20.9.1). Representaba Santiago el menor el cristianismo judaizante de los primerísimos tiempos, apegado todavía al culto del templo, a la reunión sinagogal, la guarda del sábado y demás tradiciones judías. Flavio Josefo nos comparte que gozaba del respeto y veneración, no solo de los cristianos, sino también de los mismos judíos piadosos que lo llamaba «el justo». El mismo autor narra dramáticamente su muerte a manos de judíos fanáticos. La memoria litúrgica de la Iglesia unió a estos dos apóstoles cuando en el siglo VI fue inaugurada la basílica de los doce apóstoles en la ciudad de Roma, y se depositaron en su altar principal supuestas reliquias de estos dos grandes hombres.

La fiesta de hoy nos ayuda a recordar que somos creyentes. Somos discípulos–misioneros de Cristo que hemos vivido ya un itinerario más o menos extenso de fe y vivencia cristiana. Nos hemos entrañado con los hechos y palabras de Jesús... pero en realidad nunca terminaremos de conocerlo del todo. Como los apóstoles, hacemos preguntas inquisitivas sobre Él, sobre su Padre; acerca del discurrir del mundo y de la historia... Seguimos pidiendo a veces una excesiva cantidad de signos y claras señales. Aún nos falta —como a los apóstoles— esa «exquisita y clara» sensibilidad que sabe leer y entender el lenguaje de Dios en todo aquello que ocurre, en las luces y en las sombras. Pero Jesús conoce nuestras dudas e interrogantes y da una respuesta convincente desde su ser, actuar y hablar. De ahí su afirmación profunda y llena de sentido con la que nos podemos quedar para meditar el día de hoy: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Que María Santísima, la que no necesitó ver signos ni prodigios a lo largo de su vida y se conformó con seguir fielmente la voluntad de Dios, nos ayude. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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