La verdad plena es una verdad que brota de la admirable unión que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Para entender más claramente la obra del Espíritu basta recordar la maduración que supuso la Pascua y luego Pentecostés en la fe de Pedro y los suyos. No sólo en su fortaleza de ánimo y en su decisión, sino también en la comprensión de la persona y la doctrina de Jesús. Por eso en Pascua se lee, como primera lectura, durante todo este tiempo litúrgico, todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, como una prueba de cómo el Espíritu fue conduciendo a aquellas comunidades hacia esa verdad plena, por ejemplo en el aspecto de la universalidad de la salvación cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ayuda comprender mejor esto. «Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad» (1102). «En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia» (1103).
Jesús es muy cuidadoso con sus seguidores al hacerles saber que les queda la posibilidad de hacerse acompañar por el Espíritu, siempre que sean capaces de no dejar morir sus enseñanzas y las vivencias compartidas con él. También si, como él, somos capaces de entregarnos en servicio a los demás, renunciar a buscar intereses personales y trabajar por la construcción de un mundo más justo, con lo cual quedará sellada de una vez por todas la derrota del Maligno. El Señor deja a la comunidad una gran lección al ser capaz de reconocer que él no va a hacerlo todo. Sabe apartarse dejando que sus propuestas sean completadas por otro, en este caso el Espíritu Santo. En estas últimas semanas de Pascua haremos bien en pensar más en el Espíritu como presente en nuestra vida. Con María dejémonos ayudar por el Espíritu que nos quiere llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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