Hoy celebramos a Jesucristo resucitado, haciendo memoria «de la pasión salvadora» de Jesús, y de su «admirable resurrección y ascensión al cielo», como se dice en la Plegaria eucarística. Y esto lo podemos hacer por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Desde la tarde de la Resurrección a la mañana de Pentecostés, el efecto de la resurrección de Jesús es permanente: dar, comunicar su Espíritu. Por eso podemos decir que siempre es Pascua de Resurrección y siempre es Pentecostés. Con el «don» del Espíritu de Cristo resucitado podemos decir que Dios es definitivamente el «Emmanuel», el Dios-con-nosotros. Y donde está el Espíritu Santo, está también el Padre y el Hijo.
El día de Pentecostés comienza propiamente la Iglesia. El Señor sopló sobre los discípulos, como Dios sopló en la creación del hombre (Gn 2,7), y les comunicó el don de vida que Dios había comunicado al hombre. Pentecostés constituye el origen de una nueva humanidad, de una nueva creación. Por eso hoy es un día de gozo, un día en que podemos confirmarnos en la fe y en nuestro amor a la Iglesia, un día de oración confiada y tranquila, de petición insistente para que el Espíritu no pase de largo sino que descienda real y verdaderamente, «renovando la faz de la tierra». La misión de la Iglesia, prolongación de la de Cristo, es obra del Espíritu. Solamente es posible a través del poder del Espíritu, por eso vivir plenamente el día de hoy es tan importante. El Espíritu es el principio de la unidad de la iglesia, que, aunque tiene muchos miembros, la anima un solo espíritu. «Todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Co 12,3). Él nos llena del conocimiento pleno de toda la verdad. Él es la fuerza que recrea, que doblega la soberbia de los hombres, que rompe la dureza del corazón, que fortalece su cobardía y les otorga lenguas como espadas, para que prediquen la salvación a toda la tierra. Pidamos hoy con María y los Apóstoles, al terminar este tiempo de Pascua, con todo nuestro corazón, que el Espíritu venga a nosotros, y nos llene de sus dones, para que vivamos siempre la vida nueva del Señor resucitado. ¡Feliz fiesta de Pentecostés!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario