También aquí Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «todo está cumplido». Misión cumplida. Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti». En la unión vital con Jesús, participamos nosotros de esa su unión íntima con el Padre. Y su gloria se manifestará en nosotros, en la medida en que colaboremos en hacer efectivo su Proyecto de vida «mejor», más humana, justa y solidaria, en nuestros prójimos; ante todo, en quienes llevan una vida más inhumana o deshumanizada.
Me parece, pues, muy interesante el relato de hoy que es muy denso y que creo que vale la pena leerlo y releerlo para meditarlo con detenimiento. Y es que la gloria de Jesús está vinculada directamente a la vida de la comunidad de los primeros creyentes que nos animan a nosotros como discípulos–misioneros de este tercer milenio. Jesús se dirige al Padre con una oración que recuerda lo acontecido durante su ministerio en Galilea y en Jerusalén (Jn 17,4). Presenta el estado en el que está el grupo de los discípulos (Jn 17,6); hace énfasis en la transformación de los seguidores: han recibido el llamado y se han convertido en atentos oyentes de la Palabra de Dios. Y pide por la comunidad que continuará en el mundo la obra de Dios animada por el Espíritu (17,9). Jesús tiene conciencia de su absoluta fidelidad: ha revelado al mundo el misterio de Dios. Pero, como Él se va, ruega por sus colaboradores en la misión, es decir, por todos nosotros que, como hermanos e hijos y profetas hemos de seguir evangelizando. Pidamos a María santísima, siempre fiel, que nos ayude a perseverar. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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