El amor al estilo de Cristo es por excelencia un amor fraternal. No está fijado a los vínculos de sangre ni es un amor que se centre exclusivamente en los integrantes de la propia congregación, comunidad o circulo de amigos. Es un amor abierto a la humanidad. El amor cristiano manifiesta el amor del Padre en la medida en que vemos a los demás como personas dignas de nuestro afecto y respeto. Un amor tan profundo sólo es posible si el discípulo opta por la propuesta de Jesús. Por esta razón, el texto insiste en la fidelidad a la Palabra de Jesús. El discípulo no es un simple subalterno. Es ante todo un «amigo» personal de Jesús. Esta amistad es el ambiente donde el discípulo crece en diálogo constante y en atención permanente a su maestro. El discípulo–misionero de hoy y siempre, debe sentirse llamado y amado y como discípulo–misionero del Señor no está congregado en la comunidad por un asunto ocasional. La comunidad de discípulos–misioneros constituye una parte viva de la comunidad. «Esto es lo que les mando: que se amen unos a otros». Me parece maravilloso que en este pasaje de san Juan, Jesús elige un símbolo muy claro y valioso para hablar del amor: la amistad.
En la Biblia aparecen muchas referencias a la amistad. Jesús en este pasaje destaca tres con las que nos podemos quedar para meditar: 1) El amigo no es un simple conocido o un socio, sino alguien con quien se comparte la intimidad, lo más profundo de nuestro ser: «A ustedes les llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer». 2) El amigo siempre está dispuesto a hacer lo que el amigo le pide: «Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando». 3) El amigo demuestra la verdad de su amor estando dispuesto a entregar la propia vida si fuera necesario: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». En nuestro siglo XXI y en medio de este marco de la pandemia que aún nos circunda, amemos a Cristo Amigo pero amemos también a la Iglesia, obra del mismo Señor y de su sangre derramada, trabajemos en ella, con ella y por ella, y colmémosla de amor, porque sólo el amor nos hará comprender y experimentar su verdad salvífica y lamentar con dolor las evidentes deficiencias de muchos de sus miembros. Que María, Madre de la Iglesia, nos ayude. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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