Es claro que entre los sarmientos y la vid hay una comunión de vida con tal de que aquéllos permanezcan unidos a la vid. Si es así, también los sarmientos se alimentan y crecen con la misma savia. Jesús ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo, y lo estará si le somos fieles. Él no abandona nunca a los que no le abandonan a él. La vid de la Nueva Alianza produce un fruto abundante que se llama «amor»; un amor a los hombres idéntico al que el Padre siente por ellos; un amor «podado», pues ha tenido que ser purificado del egoísmo; un amor cuya posesión sólo puede lograrse participando del amor de Cristo, representado en la Iglesia.
En base a esto que estamos viendo en nuestra reflexión, podemos entender que en la realidad del vino eucarístico —al celebrar la Eucaristía— se dan cita, a la vez, el amor de Dios, que amó tanto a los hombres que les entregó su Hijo, y la fidelidad humana de Jesús, «limpio» de todo egoísmo. Del vino ya ha hablado san Juan al comienzo de su obra, allá en Caná de Galilea (Jn 2,1-10). En aquella ocasión el buen vino de Jesús venía a remediar una carencia que el agua era incapaz de remediar. ¡Qué coincidencia! Las tinajas de agua estaban dispuestas para las purificaciones, para la limpieza religiosa. En el texto de hoy también se habla de limpieza, de purificación. «Ustedes ya están limpios». ¡Qué maravilloso Dios! Prefiere la cepa a la tinaja de agua. Y es que el agua aquella apenas si limpiaba pero el vino nuevo da la vida y viene de los sarmientos unidos a la Vid. Que María santísima, que estuvo en aquella ocasión de las bodas de Caná nos ayude a ser sarmientos buenos unidos a la Vid para dar frutos abundantes. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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