Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para nuestra oración está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permanezcan en mí y yo en ustedes», «permanezcan en mi amor». Orar es como entrar en la esfera de Dios que quiere nuestra salvación, porque nos ha amado antes de que nosotros nos dirijamos a él. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz.
No debemos olvidar que, como Hijo, Cristo se dirige al Padre Dios desde nosotros. Y el Padre Dios nos ama y nos escucha porque hemos creído en Aquel que Él nos envió, y que sabemos que procede del Padre. Por eso Él escucha la oración que su Hijo eleva desde nosotros. Pidamos, por intercesión de María Santísima, que vivió plenamente esta relación con el Padre por medio del Hijo y por la acción del Espíritu Santo, que nos conceda en abundancia su Espíritu; pidamos que nos dé fortaleza en medio de las tribulaciones que hayamos de sufrir por anunciar su Evangelio en épocas difíciles como la de esta pandemia. No nos centremos en cosas materiales. Ciertamente las necesitamos; y, sin egoísmos, desde nuestras manos Dios quiere remediar la pobreza de muchos hermanos nuestros. Pero pidámosle de un modo especial al Señor que nos ayude a vivir y a caminar como auténticos hijos suyos, para que todos experimentemos la paz y la alegría desde la Iglesia, sacramento de salvación en el mundo. ¡Bendecido sábado y felicidades a todos los maestros, que hoy celebran su día!
Padre Alfredo.
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