Con estas líneas quiero recordar a una excelsa misionera de nuestra Familia Inesiana. quiero compartir unos cuantos datos de la vida de la hermana Esperanza Aguilera, una incansable Misionera Clarisa que a lo largo de su vida trabajó sin escatimar sacrificios en algunos países de los cuatro continentes a donde fue enviada para extender el Reino de Cristo para que todos lo conocieran y amaran.
Esperanza Aguilera Sánchez nació el 2 de enero de 1931 en Teocaltiche, Jalisco, México y fue bautizada el 7 de enero de 1931 en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de ese mismo lugar. Ella fue la menor de ocho hermanos. Creció en una familia de profundos valores cristianos de la brotaron dos vocaciones para consagrarse al Señor, el Padre Carlos (q.e.p.d.) y la hermana Esperancita, como coloquialmente se le llamaba.
El 15 de agosto de 1956, respondiendo al llamado de Dios, Esperanza ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento e inició su noviciado el 11 de febrero de 1957 para luego seguir su formación y emitir sus votos perpetuos el 9 de febrero de 1959.
Sus primeros años de su formación religiosa los vivió en la comunidad de Puebla, donde realizó sus estudios básicos en la Universidad Femenina de Puebla. Asimismo, durante su estancia en esta ciudad, tomó un curso anual de pintura clásica con la Artista Pepita Albisúa, realizando bellas pinturas de la Santísima Virgen de Guadalupe entre otras.
En el mes de septiembre de 1961 fue destinada a la Ciudad de México para formar parte de la comunidad de Talara, donde dos años más tarde, estudió enfermería en el Instituto Nacional de Cardiología, dando así inicio a su incansable labor en el ámbito de la salud.
Al concluir sus estudios, en el verano de 1966, fue enviada a la ciudad de Roma, Italia, a la Clínica ITOR «Instituto Traumatológico Ortopédico Romano»; siendo durante estos años, responsable del hospital y superiora de la comunidad de hermanas.
En 1973, inició su servicio en la Clínica Villa Angela y un año más tarde en la Clínica Veletri, y, en ambas comunidades, fue superiora local. Cabe mencionar que la Hermana Esperancita fue muy querida en estas clínicas de Italia y a la fecha la recuerdan con admiración.
En el año de 1977 regresó a México a la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde se le encomendó la atención de un dispensario médico, labor que realizó entre indígenas Chamulas, Tzotziles y Tzentales hasta 1981, año en que se trasladó a la Comunidad de Mabesseneh, en Sierra Leona, África, prestando también el servicio de superiora local y colaborando como jefa de enfermeros en el Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios.
En 1989, fue trasladad a la comunidad de Yonibana, allá mismo en Sierra Leona, para colaborar en el área de farmacia del dispensario y en la economía local. Durante estos años, debido a la guerra civil, sufrió junto con las hermanas de su comunidad, la persecución y se vio forzada a salir, con todas, de la misión. Estuvo un tiempo en la ciudad de Roma y luego prestó el servicio de superiora local de la casa de Pisoniano, en ese hermoso lugar de Italia muy cerca de Roma.
En 1994 viajó a Monterrey, N.L. México pa participar como ponente en el Congreso Nacional Juvenil Misionero y allí, con el testimonio de su vida misionera que presentó en su ponencia, incendió el corazón de un joven acapulqueño que se decidió a dejarlo todo para seguir a Jesús en la misión. Ese joven es ahora el padre José Margarito Radilla Torres, que tiene como misionero más de 15 años en África, en la comunidad de Mange Bureh de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.
En el año de 1995 llegó, con la misma ilusión de siempre por las misiones, a la Casa de Hardag, en Ranchi, India, donde abrió un dispensario médico, que atendió hasta el año de 2015.
La vida de la Hermana Esperancita fue como una suave y refrescante brisa, que donde quiera que pasaba tendía su mano amiga y por supuesto su mano sanadora como Misionera Clarisa y enfermera profesional. Su persona dejó ver siempre una vivencia profunda de un encuentro íntimo con Cristo, y expresaba que estando en misiones en Chiapas tuvo una experiencia muy palpable de la presencia de Dios que le dejó huella en su vida. También cuando arribó de Italia a Sierra Leona después de haber estado en el servicio de sanidad en Roma, Veletri y Villa Angela, abrazó la misión con todo lo que esta significaba, sin dejarse llevar por el desaliento. Era una persona que le hacía honor a su nombre, siempre llena de paz, de esperanza, contenta al realizar la voluntad de Dios. No necesitaba predicar, ni dirigir meditaciones o hablar a multitudes porque la caridad que practicaba constituía el mejor y más valioso testimonio misionero.
Un Doctor muy honorable, que siendo hindú admiraba la religión cristiana, y que al mismo tiempo, era el doctor de cabecera de la comunidad, llegó a expresar que la hermana Esperanza, por su experiencia y conocimiento en la rama de medicina, era una mujer equiparada al grado de un doctor. Por lo cual le extendió un certificado para que pudiera ejercer en el dispensario sin necesidad de la ayuda de un médico.
Su sonrisa fue natural y acogedora, propiciaba con su forma de ser tan amena y espontánea un ambiente de alegría y esto aún meses antes de su muerte. Tuvo siempre el don del buen humor y todo lo echaba a buena parte. Su madurez al conducirse no se explica sino bajo la mirada de Dios, era una hermana pacífica y pacificadora. No había suceso desagradable que en el instante lo desechara. Vivía en una renovación continua de amor y perdón. No era natural en ella albergar un mal sentimiento, afloraba siempre en ella la bondad. Era un alma de oración y esto se reflejaba en su gran caridad y trato con todos, sólo después de horas de Sagrario se puede tener ese espíritu generoso y abierto que ella mostraba en todo momento.
La persona de nuestra querida Fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, marcó su vida, ya que solía platicar cuán agradecida estaba a Dios y a ella por la caridad con la que la recibió y atendió cuando llegó al Convento, en la Casa Madre. Tuvo una gran cercanía con la beata que, con sus consejos y sus cartas, forjó en la hermana Esperancita una persona de entrega incondicional a las almas.
Ya en sus últimos años de servicio en India, aun siendo una persona de avanzada edad, la caridad hacia los enfermos fue su primacía. Se dejó ayudar por una traductora, concientizando a las señoras de no abortar, salvando así muchas vidas. Cuando le llevaban niños enfermos al dispensario, si eran católicos, veía la forma de bautizarlos. Siempre tuvo un gran cuidado de sus hermanas comunidad; para ello iba más allá de lo que una hermana hace, velaba como una madre espiritual. Había hermanas religiosas de otras comunidades y sacerdotes que la buscaban para consultarle y al mismo tiempo le abrían su corazón.
El Señor, en sus inescrutables designios, compartió la cruz de la enfermedad a la hermana Esperancita, de una manera más especial durante los últimos seis años de su vida. Ella, que como misionera incansable atendió con tanto esmero y amor a tantos enfermos a lo largo de toda su vida, supo dar ejemplo de fortaleza, amor y alegría de acoger la enfermedad como un verdadero don de Dios. Las hermanas Misioneras Clarisas de India cuentan que cuando comenzó a decaer su salud, estando en cama, una de las hermanas enfermó de malaria y dicen que la hermana Esperancita estuvo aún pendiente de que la hermana se tomara sus medicamentos.
Las últimas semanas, su salud se fue debilitando aún más. En sus último días incluso ya no podía comer, debilitándose aún más, hasta que llegó el momento en que su corazón misionero ha dejado de latir ahí, en su amada misión, como ella siempre lo deseó, si era voluntad de Dios. La hermana Esperancita entregó su alma al Creador el 15 de abril de 2021.
Vemos que, por la infinita misericordia de Dios, en esta pequeña hija de la beata María Inés se cumple la visión profética de la entrada a la Casa del Padre de una Misionera Clarisa: «...ha llegado para la Misionera la hora feliz de partir de este mundo, y rompiendo las ataduras de su carne mortal, viéndose libre, vuela a las mansiones eternas, hasta los brazos de su Dios. Escucha entonces la dulcísima voz de su Amado que le dice: "Tuve sed y me diste de beber, tuve hambre y me diste de comer, … enfermo y me visitaste...". (Mt 25,6) Diste a muchas almas con tu oración, tu sacrificio y tu acción fecunda el agua de mi doctrina saludable...» (cfr. Lira del Corazón, Cap.XII, 2ª. Parte).
La hermana Esperanza hizo todo lo que el Señor le fue pidiendo. Sabemos que su entrega ha sido entusiasta, humilde, sencilla y abnegada a ejemplo del Buen Samaritano que da la vida por quien lo necesita.
Descanse en paz nuestra querida hermana Esperanza Aguilera Sánchez.
Padre Alfredo.