sábado, 14 de noviembre de 2020

«Orar confiadamente»... Un pequeño pensamiento para hoy

Como he venido diciendo, los temas de las lecturas de estos días en la liturgia de la Palabra, en especial del Evangelio, van todas en la línea del final de los tiempos, esto debido a que nos vamos acercando al fin del año litúrgico. Jesús nos habla de todo esto porque quiere que despertemos de nuestras impericias y de nuestras indiferencias, pero a la vez no quiere angustiarnos, por eso hoy nos deja, en medio de toda esta temática, una parábola (Lc 18,1-8) con la cual explica a sus discípulos–misioneros que tenemos que orar siempre y no desanimarnos. Sabemos que San Lucas es el evangelista de la oración y siempre nos va a recalcar eso, hay que orar. Él es el que más veces describe a Jesús orando y nos transmite más su enseñanza sobre cómo debemos orar. Esta parábola de la viuda insistente es entonces muy ilustrativa, hay que leerla detenidamente. El juez que aparece allí no tiene más remedio que concederle la justicia que la buena mujer reivindica. 

Y no se trata aquí de comparar a Dios con aquel juez, que Jesús describe como corrupto e impío, sino nuestro comportamiento con la conducta de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos. Jesús dijo esta parábola para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse y es que el discípulo–misionero no puede dar espacio al desaliento. Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios y busca sintonizar con Él, que desea siempre lo mejor para nosotros. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa muy bien: «Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él» (CEC 1560).

Los santos y los beatos son grande hombres y mujeres de una oración profunda. Algunos de ellos muy conocidos y otros invocados como beatos en una determinada región. Este es el caso del beato Juan de Licio, que en Caccamo, de Sicilia, allá por el 1500, ingresó a los 15 años con los Dominicos y se ordenó sacerdote allí en la llamada Orden de Predicadores, distinguiéndose por su comprometida oración y su incansable caridad para con el prójimo, además de la propagación del rezo del Rosario y la observancia de la disciplina regular. Entre otras cosas en su pueblo natal fundó el convento de los dominicos llamándolo de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue prior y se distinguió, además de su profunda vida de oración, por su sabiduría, su humildad, su obediencia y su piedad. Vivió ciento once años la inmensa mayoría de ellos sumergido en una confiada oración al Señor que obró a través de él, muchos prodigios. Que él interceda por nosotros para que bajo el cuidado de María, la mujer siempre orante, sepamos esperar del Señor lo mejor para nuestras vidas esperando así la llegada definitiva del Reino. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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