sábado, 7 de noviembre de 2020

«El dinero no es un fin»... Un pequeño pensamiento para hoy

En medio de una sociedad tan consumista como la nuestra —basta ver ahora dentro de la pandemia la oferta de mascarillas de todas formas y colores para vender— Jesús nos habla en el Evangelio de hoy (Lc 16,9-15) y nos enseña que «el dinero, tan lleno de injusticias» es un medio y no un fin. Ciertamente que el dinero y todos los demás bienes de este mundo son buenos. Para la familia, para la comunidad, para las obras de la Iglesia, necesitamos apoyos materiales. Pero depende del uso que hagamos de ellos. Nos pueden ayudar a conseguir nuestras metas fundamentales, o nos pueden estorbar atrapándonos hasta ahogarnos. Según el tono de todo el evangelio de san Lucas, este buen uso que tenemos que hacer del dinero es compartirlo con los demás. Lo contrario de lo que hicieron el terrateniente que soñaba con ampliar sus graneros o el rico Epulón que ignoraba al pobre que tenía a la puerta de su casa.

El dinero no tenemos porqué convertirlo en un fin. Es un medio y, como tal, relativo, no absoluto. No podemos participar en la desenfrenada carrera que existe en este mundo por poseer cada vez más dinero y cosas materiales. La ambición, la codicia y la avaricia no pueden caber en el corazón de un discípulo–misionero de Cristo. No podemos «servir al dinero», porque entonces descuidaremos las cosas de Dios. No podemos servir a dos señores, nos recuerda también Jesús de quien se burlaban los fariseos. No entendían ese desapego del dinero que él predicaba. También se podrán burlar de nosotros si renunciamos, por conciencia ética y cristiana, a hacer los negocios sucios y las trampas que otros hacen, al parecer impunemente. Recordemos el aviso que Jesús repite sobre el peligro de las riquezas: nos bloquean para las cosas del espíritu. Los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas, los que viven en la libertad de los hijos de Dios. 

Hoy celebramos a san Ernesto, que nació en un lugar de Alemania —que en aquel entonces era parte de Suiza— en el siglo XII. La historia cuenta que en su juventud, dejándolo todo, entró de monje en la abadía de Zwiefalten y que lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban. Al término de su mandato, se marchó a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III. Predicó en Persia y Arabia. Fue apresado por los sarracenos, torturado y murió en La Meca en 1148 martirizado Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo: «Creo que no volveré a verlos en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo». Sus predicciones se cumplieron. En hombres como él el Evangelio se hace vida y a través de los santos, Dios muestra cómo el camino para la realización del ser humano pasa por la libertad de conciencia, la solidaridad con los hermanos y la búsqueda del bien común. Que él y María Santísima intercedan por nosotros para que demos al dinero y a los bienes materiales el lugar que les corresponde. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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