UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY MIÉRCOLES 11 DE NOVIEMBRE DE 2020:
En el Evangelio de hoy (Lc 17,11-19) vemos diez leprosos que habitaban en la frontera de Galilea y Samaria y que buscan ser curados por Jesús. Él los manda a presentarse a los sacerdotes para que ellos constaten que han sido curados por el camino. Todos han sido beneficiados sobre manera, pero solamente uno muestra su gratitud a Jesús, y lo muestra con un signo de adoración reconociéndole como Dios, «se postró a los pies de Jesús», es decir, no sólo le dio las gracias, sino que expresa su fe en Cristo como el Mesías. Y vaya que la gratitud de aquel hombre brotaba del corazón, porque la lepra, en tiempos de Jesús, era considerada una maldición. Tenían que estar apartados de la comunidad, portar una especie de campana que anunciara su proximidad para alejarse de ellos. Vivían en cavernas a las orillas de los caminos y comían lo que los peregrinos le arrojaban. Eran considerados impuros y no aptos para vivir en sociedad. No se podían acercar a nadie, bajo riesgo de morir si incumplían las prescripciones. Prácticamente, no eran considerados seres humanos.
Sin embargo, Jesús permite que el grupo de leprosos se le acerque. Rompe con este gesto la mentalidad segregacionista que divide el mundo en puros e impuros, sacros y profanos. Jesús afronta solo la escena. Los discípulos se ausentan ante tamaño grupo de leprosos proscritos. La petición de los leprosos es simple: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!» Y como menciona el Evangelio y ya lo he dicho, Jesús los remite a los sacerdotes, que era la institución encargada de decidir quién es puro y quién impuro. De camino, todos quedan curados, pero únicamente uno se regresa. El leproso que regresó con Jesús sabe que quien le dio la sanación vale más que la institución a la que ha sido remitido. Reconoció a Jesús por encima de otras instancias de Israel. Ya curado, entendió que Jesús lo había reintegrado a la comunidad humana, no importando que como leproso y extranjero fuera un doble marginado. Frente a Jesús se postró y reconoció al Mesías que ha sido su redentor. La fe de aquel hombre enfermo y marginado fue la que le permitió ser completamente redimido.
Hoy la Iglesia celebra a San Martín de Tours, que nació en Sabaria, en Panonia (Hungría) hacia el año 316. Es muy conocido por la narración del episodio en que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que tiritaba de frío, con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido. Este hombre recibió el bautismo a los 18 años y tras un período de eremita, fundó el monasterio de Ligugé y el de Marmoutier. Posteriormente fue elegido obispo de Tours, donde revolucionó la diócesis durante sus 27 años de vida episcopal con su amor hacia los pobres y necesitados y su servicio incansable. Se le considera el primer santo no mártir con fiesta litúrgica. Que la sencilla narración evangélica de hoy y el testimonio de vida de San Martín de Tours, bajo la mirada protectora de María, nos ayuden a encontrar las claves de lo que debe ser la vida del cristiano agradecido con Dios. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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