La fe, en definitiva, es uno de los talentos que más debemos hacer rendir. Somos depositarios de algo que tiene un valor más fabuloso que las enormes cantidades de dinero citadas en la parábola. Enterrar la fe, en el mero cumplimiento, en la rutina o en la estricta intimidad, es hacerse merecedores de la condena del Señor. Es preciso vivirla, alimentarla, testimoniarla y contagiarla... ¡multiplicar los talentos! y como decía san Juan Pablo II: «La fe se fortalece dándola». Cada uno con su peculiar estilo de negociar y sin infundados escrúpulos por lo que pueda pasar. Lo peor es no hacer nada, el resto siempre se justifica ante el Señor si se hizo pensando en el bien de los demás. Algunos entienden la fe como un esconder y conservar los dones recibidos, como hace el criado condenado por Jesús en la parábola; saben que Dios los salva (algunos ni eso), y piensan que lo mejor es estarse quietecitos y que Dios los coja recién confesados y comulgados; saben también que puede venir por sorpresa, pero olvidan que cuando venga nos va a preguntar por la positividad de nuestro amor y de nuestra luz, que nos va a preguntar, en definitiva, por nuestros hermanos: la fe de mi hermano, su esperanza y su felicidad son la fructificación de lo que yo he recibido.
El Evangelio de hoy se enmarca en el contexto de la IV Jornada mundial por los pobres a la que ha convocado el Papa Francisco con el lema «Tiende tu mano al pobre» (cf. Si 7,32). Así, a la luz de esta celebración, hemos de entender que los talentos, en especial la fe, no son para esconderlos, sino para compartir. Entre otras cosas, el Papa dice en su mensaje para este día que «mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana. Tenemos talentos qué compartir, sobre todo, como digo, la fe, pero también cosas materiales, tiempo y demás para dar. Que María Santísima nos ayude y sepamos multiplicar lo que Dios nos ha dado. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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