Esta parábola del banquete del Reino, muestra cómo los que están empeñados exclusivamente en sus negocios —«Compré un campo y es necesario que me disculpes»—, en el frenesí de su trabajo —«Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas»— o en la exclusividad del círculo familiar, no pueden entrar a participar plena y gozosamente en la vida comunitaria a la que se invita en el banquete del Reino. Ésta exige, una disponibilidad generosa y la aspiración de construir algo más grande que los pequeños negocios y trabajos familiares. Por estas razones, aquellos que están empeñados en sus propias preocupaciones sin mirar el horizonte de los pueblos, sin valorar las utopías históricas no están aptos para participar del banquete del Reino. Éste necesita de una apertura a todos los seres humanos y a todos los ideales de humanización. Por esto, los invitados son aquellos que realmente tienen esperanza histórica y confían en que pueden construir la nueva casa del Señor. Ésta es un proyecto alternativo, un mundo donde no hay excluidos y donde lo importante no es la productividad ni el lucro, sino la máxima expresión de la creación: el ser humano.
Hoy en México se celebra a san Martín de Porres, un hombre sencillo que se supo invitado al banquete. Nació en Lima, Perú, en 1579. Desde niño sintió predilección por los enfermos y los pobres. Aprendió el oficio de barbero y algo de medicina. A los quince años pidió ser admitido como «donado», es decir, como terciario, en el convento de los Dominicos. En su servicio de enfermero no hacía diferencia entre pobres y los que más tenían, aunque tuvo que pasar por experiencias de incomprensión y envidia. Con ayuda de Dios, realizaba algunos milagros de curaciones instantáneas o en ocasiones bastaba su presencia para que el enfermo desahuciado empezara a recuperarse. Hay quienes lo vieron entrar y salir de recintos con las puertas cerradas, mientras que otros aseguraron haberlo visto en dos lugares distintos a la misma vez. Era tanto el cariño y admiración que le tenían al humilde Fray Martín que hasta el Virrey de aquel entonces fue a visitarlo en su lecho de muerte para besar su mano. Partió a la Casa del Padre un 3 de noviembre de 1639, besando el crucifijo con gran alegría. San Juan XXIII al canonizarlo en 1962 dijo: «¡Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo!». Que María Santísima y san Martín de Porres intercedan por nosotros para que alcancemos loa gloria del cielo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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