domingo, 1 de noviembre de 2020

«La solemnidad de todos los santos»... Un pequeño pensamiento para hoy

La gente de nuestro tiempo, siempre de prisa y con mil ocupaciones —aunque esté sumergida en la pandemia tan terrible que vivimos— ve, ante todo, en torno a sí, cosas, ideas, negocios, máquinas, cosas que van y vienen con y sin valor; y distraída y ligeramente, alrededor y con ocasión de esa madeja de estructuras materiales, burocráticas o mentales, percibe personas, de las que apenas se preocupa. Hoy celebramos la solemnidad de todos los santos, estos hombres y mujeres que han modificado lentamente su mirada y puesta su sensibilidad selectiva en la escala verdadera de valores: su universo se ha personalizado. Lo primero que el santo ve en la red humana en la que está sumido son las personas, son incluso hermanos «por quienes Cristo ha muerto» (1Co 8,11); y simplemente, en torno y al servicio de esas personas, todas las estructuras terrestres que les permiten o no alcanzar el Reino de Dios.

Hoy celebramos la solemnidad de todos los santos, la gran fiesta de estos hombres y mujeres maravillosos que han venido a abrirnos los ojos para más allá de las cosas la acción de Dios, su amor, su misericordia y su compasión. Esta fiesta celebra la santidad común de todos aquellos y aquellas que, después de la muerte, participan plenamente, cada uno en el puesto que se ganó, de los gozos abundantes de la Familia del Padre. Esta fiesta de «Todos los Santos», debe ser para nosotros, como discípulos–misioneros, la ocasión de percibir mejor la naturaleza profunda de la santidad que hemos recibido en el bautismo y que debemos hacer fructificar a lo largo de nuestra vida. Así, lo que hoy celebramos, no viene a ser la celebración de una santidad meramente externa, sino de una santidad «en verdad» adquirida por el sacrificio de Cristo y dada en participación mediante la fe y el bautismo. La fuente de esta santidad es la acción del Espíritu; pero, por haber sido santificados en Cristo Jesús, todo discípulo–misionero debe ajustar su vida a la obediencia ejemplar de Cristo; la santidad ontológica de los cristianos exige imperativamente su santidad moral. 

El Evangelio de hoy, en esta fiesta, nos recuerda que la fidelidad a las bienaventuranzas debe ser la regla de conducta de todo aquel que quiera ser santo. Las bienaventuranzas que san Mateo nos presenta (Mt 5,1-12) no son propiamente una enseñanza sino una declaración. Jesús declara dichosas a todas aquellas personas que se encuentren en las siguientes situaciones: pobreza voluntaria, no violencia, llanto, ansia de justicia, ayuda a los demás, limpieza de miras, búsqueda de la paz y, por último, persecución por causa de la justicia o por seguir a Jesús. Las personas que Jesús declara dichosas son todas ellas activas y comprometidas en la consecución de un orden de cosas diferente al habitual. A todas ellas Jesús les abre un futuro y una esperanza: el futuro y la esperanza que tienen su origen en el orden de cosas en el que Dios en persona está comprometido. Desde esta perspectiva, El misterio de los santos está en que ellos han llegado a la plenitud viviendo estas bienaventuranzas. Dios nos ha hecho sus hijos, nos ha incorporado —ya ahora— a su misma vida. Aunque la comunión con él será total sólo al final del camino. Al final está el triunfo y la comunión perfecta. En la fiesta de Todos los Santos, sintamos la alegría de querer caminar por el camino de las bienaventuranzas y de pertenecer a esta muchedumbre inmensa de hombres y mujeres que han querido ser pobres, que han querido amar, que han querido mantener encendida la llama del Espíritu de Dios. Que María Santísima, la Reina de todos los santos, interceda por nosotros para que haciendo vida las bienaventuranzas alcancemos la santidad. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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