El Señor le dice: «Zaqueo, baja en seguida porque hoy —presente salvífico— tengo que hospedarme en tu casa» (Lc 19,5). Con esta acción del Maestro, empieza a vislumbrarse la futura «casa» de la comunidad de salvados provenientes del paganismo, de quienes el «archirrecaudador» Zaqueo es figura representativa en el Evangelio. «Él bajó en seguida y lo recibió muy contento» (Lc 19,6). La alegría es señal aquí de estar en línea con el proyecto de Dios sobre el hombre. Las caras tristes son reveladoras. La presencia de Jesús conlleva siempre alegría en la comunidad que lo acoge, aunque ésta, esté formada. en su mayoría, por pecadores. Al ver aquello —dice el Evangelio— todos se pusieron a criticar a Jesús diciendo: «¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador!» (Lc 19,7). Zaqueo en realidad no les importa; lo que les importa es que sea un ateo y que Jesús haya entrado en contacto con él. No captan que Jesús viene a buscar al hombre con el fin de salvarlo de la situación de autodestrucción en que él mismo se había sumergido. ¡Cuánto nos ama Jesús! Si aquella gente hubiera comprendido lo que es la misericordia. Las acciones de Jesús, como esta que hace con Zaqueo, se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia, esa misericordia de la que todos anhelamos gozar y deberíamos esparcir.
Hoy celebramos la memoria de santa Isabel de Hungría, una mujer que, siendo casi una niña, se casó y tuvo tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad (17 de noviembre de 1231). Murió muy joven, pero supo esparcir la misericordia de Dios a su alrededor. Es poco lo que se sabe de su vida, pero fue canonizada apenas cuatro años después de su muerte. Luego de quedar viuda se dedicó por completo a ayudar a los más necesitados, en su castillo daba de comer a 900 pobres cada día. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana. La Iglesia ha visto en ella un modelo admirable de donación completa de sus bienes y de su vida misericordiosa a favor de los pobres y de los enfermos. Que ella y la intercesión de María Santísima nos ayuden también a nosotros a ser misericordiosos. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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