Al estar preparando mi reflexión para este domingo, mi mente voló 16 años atrás a un verano que pasé en Dublín, la capital de Irlanda, en la casa para estudiantes que tienen nuestras hermanas Misioneras Clarisas. Las hermanas salieron unos días y el hermano Misionero de Cristo que me acompañaba, y yo, nos propusimos darle una «manita de gato» a la casa, pintándola por dentro y arreglando algunos pequeños desperfectos para que, cuando ellas regresaran, encontraran todo bonito. Cada día trabajábamos unas horas con mucho gusto y llenos de entusiasmo, con ahínco; pensando en la alegría de las hermanas al llegar y encontrar aquello renovado y así fue. Aún recuerdo el gozo de las hermanas al ver la casa como nueva y nuestro gusto de haber esperado su regreso y haber trabajado con alegría. Yo creo que así debe ser nuestra espera en el Adviento, no una espera que hace que velemos con tristeza o miedo, sino con alegría de que el dueño de la casa ya regresa, como dice el Evangelio. El Adviento nos urge a no quedarnos acomodados, sino a mirar adelante con alegría y esperanza, a seguir caminando, porque hay mucho que conquistar todavía. Lo que Cristo Jesús inauguró con su venida, hace veinte siglos, todavía está sin realizarse del todo. Es un programa vivo, más que historia. Y ese programa cada año lo iniciamos de nuevo con esperanza y energía.
«Vigilar» equivale a velar sobre algo o sobre alguien con atención y cuidado durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Eso nos tiene que quedar muy en claro. Es una situación que exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad de lo que sabemos que tiene un dueño que nos pedirá cuentas. Precisamente la vigilia nació como tiempo de vela que precede a una fiesta y que sirve de preparación; tiene siempre un sentido escatológico de esperanza. La vigilancia ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en actitud de servicio, prestando atención al futuro y sin tratar de evadirse del presente, a pesar de la indiferencia de este mundo. Dios viene a los hombres y mujeres para salvar a la humanidad, herida de injusticia y de muerte, a partir de la opción por los pobres y marginados; para implantar el reino de justicia entre nosotros. Esto nos exige una actitud vigilante, que no es pasiva, sino que consiste en discernir los signos de los tiempos para reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y actuar en consecuencia. Esperemos vigilantes la segunda venida del Señor, que para meditar en eso es esta primera parte del Adviento. Bajo el cuidado de María, sigamos caminando en espera de la llegada del Señor. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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