martes, 24 de noviembre de 2020

«El final de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estamos ya, en la Liturgia, en la recta final del tiempo ordinario de la Iglesia. Los Evangelios y las lecturas de cada día, en el leccionario, nos van hablando del final de los tiempos. Comenzamos hoy (Lc 21,5-11) la lectura del último discurso de Jesús en lo que los especialistas llaman «el Discurso Escatológico». Jesús emplea, en lo que habla, un estilo literario y unas imágenes estereotipadas simbólicas; una especie de código del lenguaje que todo el mundo comprendía entonces, porque era el tradicional en la Biblia. Jesús habla a la gente con el lenguaje de su tiempo. Emplea aquí el estilo de los «apocalipsis» de su época. Más aún que otros pasajes del evangelio esos discursos han de ser interpretados inteligentemente. No podemos dejar de hacer una lectura algo científica si no queremos correr el riesgo de pasar por alto su sentido profundo. Son ante todo unos pasajes extremadamente oscuros, en los que están mezcladas, por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén... y el fin del mundo... La primera es simbólica respecto a la segunda. A través de ese detalle resulta evidente cuán importante es superar las imágenes, para captar su sentido universal, válido para todos los tiempos. El acontecimiento que Jesús tiene a la vista —la destrucción de Jerusalén— nos da una clave para interpretar muchos otros acontecimientos de la historia universal. La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero «el final no vendrá en seguida», y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo «yo soy», o «el momento está cerca». Al leer esto en medio de esta crisis sanitaria tan terrible que estamos viviendo en tiempo de pandemia, incluso para quienes no profesan ninguna fe, últimamente puede parecer que el fin del mundo está cerca. 

La verdad no sabemos cuándo será el final de los tiempos, pensemos simplemente que a lo largo de la humanidad, después de Cristo, ha habido innumerables guerras, terremotos y pandemias como esta que estamos viviendo, pero ciertamente que este tipo de momentos que vivimos y con la ilustración de estas lecturas, realmente nos hacen revaluar todo lo que somos y todo lo que tenemos. No podemos dejar pasar la oportunidad que el Señor nos está dando. La realidad de las cosas es que, desde que Cristo lo dijo, el final de los tiempos, está por llegar, pero no sabemos cuando. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuidado con que nadie los engañe: el final no vendrá en seguida».

Hoy en la Iglesia celebramos a un buen grupo de mártires vietnamitas encabezados por el padre san Andrés Dung-Lac. Durante el siglo XVI y los siguientes, el pueblo de Vietnam escuchó el mensaje evangélico, predicado, en primer lugar, por misioneros pertenecientes a diferentes congregaciones religiosas. El pueblo vietnamita recibió la predicación de los misioneros con gran piedad y alegría. Pero no tardó en sobrevenir la persecución. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX muchos vietnamitas fueron martirizados, entre los cuales se cuentan obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, catequistas de uno y otro sexo y hombres y mujeres laicos de distintas condiciones sociales. Imaginemos aquellas escenas y lo que algunos pensarían sobre si eso sería el fin del mundo.  San Andrés Dung-Lac, que como digo, encabeza la lista, fue incansable en su predicación. La historia nos dice que ayunaba muy a menudo, que llevó una vida austera y sencilla y que convirtió a muchos a la fe católica. Fue canonizado por san Juan Pablo II, junto a 116 compañeros mártires vietnamitas. Que él y sus compañeros mártires intercedan por nosotros y que, bajo el amparo de María, permanezcamos siempre fieles hasta que el señor nos llame o llegue el fin del mundo, decididos a hacer de este mundo un espacio donde reine el Señor y sin que dejemos vía libre a los profetas de desventuras. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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