viernes, 13 de noviembre de 2020

«Hablando del fin de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy

En tiempos difíciles, como sucede con la calamidad de esta pandemia atroz que estamos viviendo, la gente piensa obviamente más en temas como la muerte y el fin del mundo. No falta quien predice que estamos ya en el final de los tiempos y que toda esta plaga es nada más y nada menos que lo previo al juicio final. Lo cierto es que, como he dicho ya, cuando hay guerra, terremotos, pandemias u otro tipo de catástrofes el tema del fin del mundo se agudiza. La verdad no sabemos ni el día ni la hora en que este mundo acabará para dar paso a la eternidad nueva, eso el Señor dijo que se tenía reservado para el Padre Celestial cuando éste decida enviar a su Hijo Jesús de nueva cuenta a juzgar a vivos y muertos. Pero, por otra parte, a medida que el año litúrgico se acerca a su fin, nuestro pensamiento se orienta también hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. A medida que Jesús subía hacia Jerusalén, su pensamiento se orientaba hacia el último fin y cada vez que a algo o a alguien le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Cuando muere uno de nosotros, es un anuncio de nuestra propia muerte.

Así, lo que Jesús dice del final de la historia de hoy (Lc 17,26-37), con la llegada del Reino universal, podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día. Estamos terminando el año litúrgico. Las lecturas como la del día de hoy son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos, ya lo estamos palpando muy de cerca con esta pandemia. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo. La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, Jesús será nuestro Juez como Hijo del Hombre y en el confiamos.

La Iglesia celebra hoy a San Diego de Alcalá, que nació en San Nicolás del Puerto, Sevilla, hacia el año 1400. Desde muy joven, diego abrazó la vida eremítica, dedicándose por entero a la oración y al trabajo. Posteriormente ingresó en la Orden franciscana, como hermano lego, y desempeñó con toda humildad los oficios más sencillos y ordinarios confiando en que, a la legada del Señor, lo encontrara haciendo lo que debía hacer. En 1441 partió como misionero a las Islas Canarias y en 1450 se trasladó a Roma, donde le tocó vivir en medio de una epidemia de peste y con su oración curó a muchos enfermos. Finalmente regresó a España. Falleció el 12 de noviembre de 1463 en Alcalá de Henares, donde se veneran sus reliquias. San Diego fue un hombre que vivió cada día consciente de que el Señor llegaría en cualquier momento y no perdió nunca el tiempo trabajando en su santificación y en la de quienes le rodeaban. Que él. San Diego y la Santísima Virgen nos ayuden a estar vigilantes, esperando la llegada del Señor. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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