jueves, 19 de septiembre de 2019

«El sano y santo temor de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el salmo 110 [111] que hoy volvemos a tener como salmo responsorial, el autor nos dice que la verdadera sabiduría comienza con «el temor de Dios» y nos invita a vivir de acuerdo con él: «El temor del Señor es el principio de la sabiduría y los que viven de acuerdo con él son sensatos». El salmista quiere decirnos que hasta que entendemos quién es Dios y desarrollamos un temor reverencial a él, no podemos poseer la verdadera sabiduría porque ésta viene solamente de entender quién es Dios. La esencia de la Ley, que el salmista seguramente, como fiel judío conocía en Deuteronomio 10,12-13 dice: «Ahora, pues, Israel, ¿qué es lo que pide Yahvé, tu Dios, sino que temas a Yahvé, tu Dios, que sigas todos sus caminos y que lo ames y lo sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma? Guarda los mandamientos de Yahvé y sus leyes que hoy te ordeno para tu bien». Así, queda claro que el temor de Dios es la base de nuestro andar en su presencia. El temor de Dios, uno de los siete dones del Espíritu Santo es el deseo de vivir en armonía con los mandamientos de Dios para honrarlo en todo. El temor de Dios constituye una actitud estable de fidelidad a la alianza e implica en la Biblia veneración, obediencia y sobre todo amor a Dios. No se trata, entonces, de un temor servil por tener miedo al castigo, sino de un temor filial que se inspira en el amor a Dios, es decir, en el horror a ofenderle. 

San Juan Pablo II, en sus catequesis sobre los salmos, hablando del temor de Dios señalaba: «Aquí se trata de algo mucho más noble: es el sentimiento sincero que el hombre experimenta ante la inmensidad de su Creador, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser “encontrado falto de peso” (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie escapa. El creyente se presenta ante Dios “con el espíritu contrito y con el corazón humillado” (cfr Sal 50[51], 19), sabiendo que debe atender a la propia salvación “con temor y temblor” (Flp, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley». En el Evangelio de hoy (Lc 7,36-50) san Lucas nos presenta el contraste entre el arrogante fariseo que no vive en el temor de Dios, y la mujer pecadora que, llena de este temor filial, recibe la actitud misericordiosa del Señor que se deja que le lave los pies y se los enjugue con un fino perfume. Jesús así, nos transmite un mensaje básico en su predicación: la importancia del temor de Dios, del amor a él como verdadero hombre y verdadero Dios y de su misericordia que perdona a quien le teme. 

El primer paso en el camino del conocimiento de Dios es la huida del mal, que es lo que consigue la mujer pecadora con este don y lo que le hace ver en ello la base y el fundamento de todos los demás dones que vienen de Dios. Por el temor se llega al sublime don de la sabiduría. Se empieza a gustar de Dios cuando se le empieza a temer, y la sabiduría perfecciona recíprocamente este temor haciendo que la persona sea amorosa, pura y libre de todo interés personal. A la luz del salmo 110 [111] y de este Evangelio tan ilustrativo, vemos que no podemos actuar con un corazón mezquino que no teme al Señor, como los fariseos que juzgan y condenan a todos, o como el hermano mayor del hijo pródigo que le recrimina de una manera intransigente lo que ha hecho, o como Simón y los otros convidados en este banquete del pasaje evangélico de hoy, que no deben ser malas personas pero que no saben del don de temor y por eso no saben amar, sino como el padre del hijo pródigo, y sobre todo como el mismo Jesús, que perdona a la mujer pecadora, acusada por muchos y a Zaqueo el publicano, y tiene palabras de ánimo para esta mujer que ha entrado en la sala del banquete y le unge los pies. Ante un mundo donde se le da tanta importancia a la imagen, a las apariencias, al caparazón, a la superficie, los discípulos–misioneros estamos llamados a ser hombres y mujeres del corazón, de la interioridad, del ser, del temor de Dios. Y como ejemplo de ello está María, basta releer el Magníficat para ver cómo debemos vivir este don del temor de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario