Ayer en la tarde estaba escuchando música con el padre Abundio en una visita relámpago que le hice a su casita tan acogedora en esta Selva de cemento que es la gran Ciudad de México en la que estoy hasta hoy. Y sí, digo que estuvimos escuchando: «música», porque a eso sonaba, a música de verdad y no a ruido, porque, sinceramente —aunque me digan que eso a mí qué— hoy hay muchas mezclas de ruidos más que extraños y estridentes a los que llaman malamente música. Ahora que amanece y me topo con el salmo 149 como salmo responsorial viendo en él expresiones de júbilo y de alabanza al Señor, me viene muy bien agradecerle al Señor estos momentos deliciosos del día de ayer junto al amigo sacerdote que, con más de 50 años de ordenado y poco más de 80 de vida, me llena el corazón de «música» cada vez que lo veo o hablo con él. Abundio tiene la sabiduría del anciano y la sencillez del niño, la experiencia del sacerdote entrado en años y la frescura del sacerdote que día a día canta la alegría de su vocación. La seriedad del hombre que sabe lo que vale la vida y la carita del niño pícaro que ríe luego de contar un chiste. Junto a este hombre, el tiempo parece estacionarse en una deliciosa compañía que pone a Jesús Nuestro Señor al centro como una música que alegra el alma y aumenta los latidos del corazón.
El salmo 149, me remitía hace un rato en silenciosa oración, a un alba que está a punto de despuntar y encuentra a los fieles dispuestos a hacer música para entonar una alabanza matutina. El salmo, con una expresión significativa, define esa alabanza como «un cántico nuevo» (v. 1) de un compositor que al iniciar el día ve todo nuevo porque renueva su vocación de hijo de Dios y hermano universal. Todo el salmo está impregnado de un clima de música, inaugurado ya con el Aleluya inicial en la versión bíblica, como una melodía acompasada a la que luego se le unen cantos, alabanzas, alegría, danzas y el son de tímpanos y cítaras. La oración que este salmo inspira es la acción de gracias de un corazón lleno de júbilo. Así está esta mañana mi corazón por esta visita. En el original hebreo de este salmo de alabanza, a los protagonistas del salmo se les llama con un término característico de la espiritualidad del Antiguo Testamento. Tres veces se les define ante todo como hasidim (vv. 1, 5 y 9), es decir, «los piadosos, los fieles», los que responden con fidelidad y amor (hesed) al amor paternal del Señor. San Agustín —que amaba la música— tomando como punto de partida el hecho de que el salmo habla de «coro» y de «tímpanos y cítaras», pregunta: «¿Qué es lo que constituye un coro? Y responde: El coro es un conjunto de personas que cantan juntas. Si cantamos en coro debemos cantar con armonía. Cuando se canta en coro, incluso una sola voz desentonada molesta al que oye y crea confusión en el coro mismo» (Enarr. in Ps. 149: CCL 40, 7, 1-4). Y sí, eso constituye la verdadera música, una cuestión de armonía. El padre Abundio lleva la música por dentro y por fuera porque es un hombre con su corazón en armonía, en armonía con Dios y con todos, en armonía con el cielo y la tierra, en armonía entre el saber escuchar y saber hablar, en armonía en el reír y en el llorar.
El Evangelio de hoy (Lc 9,7-9), por su parte, nos muestra la figura de Herodes como una persona que está en el otro extremo de donde se encuentra el padre Abundio. Herodes es solo el hombre que curiosea con todo y no valora nada, es el hombre infeliz que sin armonía en el corazón nunca podrá encontrar a Dios ni dejarse mirar por él, porque ni a Dios, ni a su acción misericordiosa, se le puede descubrir con un corazón sin armonía interior, sin esa música por dentro que rompe el corazón para sacarla a la luz y alegrar la vida propia y la de los demás . Herodes vivirá siempre a medias aunque parece que no le falte nada: un palacio, un reino, la mujer que caprichosamente quería para él. En el fondo Herodes pasará solo, sin pena ni gloria, con la vida como una libreta pautada en blanco perdido en la curiosidad y sin compromiso alguno. Herodes será siempre recordado como un frívolo que sólo busca espectáculo y como alguien a quien Jesús no estuvo dispuesto a transigir, y a quien no le dirigió nunca ni una palabra, porque Jesus, la tiene solamente para quien está dispuesto a dejarse interpelar, a cambiar el corazón, a entrar en una época nueva de su vida para entonar un canto nuevo. Y es que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no es un objeto de curiosidad histórica, sino el Mesías permanentemente, orientador y vitalizador de la música interior y exterior de una vida armónica como la de su Madre María que siempre hace buen son. ¡Que gusto convivir con el padre Abundio, sus sobrinas Mary e Ivonne y con Yolita Prendes —a quien con cariño llamo mi tía Yolita— y que siga la música que alaba al Señor y alegra el corazón! ¡Bendecido jueves vocacional y eucarístico!
Padre Alfredo.
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