Los cuentitos infantiles son siempre muy ilustrativos, me acabo de encontrar uno que queda muy bien para mi tema de reflexión del día de hoy y con esto empiezo: «Había una vez un pulpo que no tenía muchos amigos porque era muy tímido, un día, intentado cazar una ostra, sus tentáculos se liaron, y por más que intentaba zafarse, no podía desliarse y empezó a pedir ayuda a los pulpos, calamares, camarones y peces de alrededor. Nadie le hacía caso, excepto un pececito que le ayudó a desenredarse. Esta era una buena oportunidad de hacer un amigo, pero tímidamente le dio las gracias y se marchó. Un par de días después, mientras el pulpo descansaba, vio un gran pez que buscaba comida y hambriento perseguía a aquel pececito que le había ayudado; entonces el pulpo reaccionó rápidamente, pero el pez con hambre, al darse cuenta, quiso comerse a ambos, pero, de repente, sintió un gran picor, es que el gran pez era alérgico al pulpo. Cuando este pez se fue, todos felicitaron al pulpo, aquel pez que ayudó al pulpo contó que nunca había conocido a nadie tan agradecido para ponerse en peligro como gratitud, y todos se hicieron amigos de este pulpo tan tímido. El pulpo fue alabado por todos por el heroico acto que había cometido, su nombre se hizo famoso y todo por querer mostrar gratitud... ¡Qué gran regalo le hizo el pececillo aquel al ayudarle a librarse!»
A la luz de esta pequeña historia, pienso esta mañana, escribiendo desde el aeropuerto de Monterrey despidiendo al padre Pepe que va de regreso a la misión en África, en cuánto es lo que tenemos que agradecer a nuestro Dios, el Amigo —así, con mayúsculas— que nunca falla, que nos ha dado tanto y que nos ha librado de tantas situaciones que nos quieren atrapar, por eso al igual que el salmista podemos decir: «Siempre te daré gracias, Señor, por lo que has hecho conmigo. Delante de tus fieles proclamaré todo lo bueno que eres» (Sal 51 [52]). Este salmo, que es el salmo responsorial de hoy, muestra cómo la suerte espiritual y material del salmista está pendiente de la benevolencia divina. ¡Cuánto hay que agradecer a Dios su bondad que nos ha librado de tantas cosas mundanas que nos quieren atrapar! Hay que agradecerle a nuestro Dios con gracia, con alegría, con emoción y pasión por tanto, tanto que nos da. D ahí que bien podemos vivir cada momento y cada quehacer como una acción de gracias al Señor, que no nos deja. Los que así viven, siempre agradecidos, siempre alabando al Señor, son «como verde olivo en la casa del Señor». Y para que podamos ser tan verdes olivos, debemos vivir una vida de fe, de gratitud y de santa confianza en Dios y en su bondad.
El Evangelio de hoy nos muestra la bondad del Señor en un milagro pequeñito, quizá muy insignificante, algo que puede pasar inadvertido: la curación de la suegra de Pedro (Lc 4,38-44) pero en su sencillez, tiene gran riqueza y los sinópticos lo ponen al comienzo porque sirve de guía para interpretar los demás milagros que siguen. Es otra prueba de la victoria de Jesús, que es siempre bueno, sobre el espíritu del mal; por eso Lucas lo presenta como un exorcismo; Jesús conmina a la fiebre: «mandó con energía a la fiebre». La suegra de Pedro tenía mucha fiebre. Jesús inclinándose sobre ella le ordenó a la fiebre que saliera de ella y se le quitó. La mujer se levantó de inmediato y se puso a servirlos. La bondad del Señor ve por todo: cuerpo y alma. Jesús libera a la persona para que pueda actuar con el mismo espíritu que le hace decir a Él: «Yo no he venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45). Por eso el signo de la curación es el ponerse a servir. Es la reacción inmediata de la mujer, que, agradecida por la bondad de Jesús, se levanta y se pone a servirles, demostrando con su gesto que la curación ha sido completa e instantánea y que la mueve un profundo y sincero agradecimiento. De esta forma, la suegra de Pedro se convierte en un modelo anticipado de los auténticos discípulos–misioneros de Jesús y de la actitud característica de la comunidad cristiana, tal como Jesús lo estableció: «El que quiera ser importante sea su servidor; y el que quiera ser primero sea el siervo de todos» (Mc 10,45; Mt 20, 18). Pidamos, por la intercesión de María Santísima, que supo ver siempre y agradecer la bondad del Señor, que nos ayude a ser también nosotros agradecidos por la bondad del Señor en nuestras vidas. ¡Bendecido y lluvioso miércoles en Monterrey!
Padre Alfredo.
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