Alguien me preguntaba en estos días, que por qué muchas veces, cuando comento algún salmo, lo relaciono con Cristo. Ha que recordar que cuando Cristo iba de camino con los discípulos de Emaús les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que les hablé cuando todavía estaba con ustedes: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí".» Unos 500 años antes de Cristo, un remanente de los judíos había regresado a Jerusalén del exilio que habían vivido en Babilonia. Vinieron curados de su idolatría, y se pusieron a reconstruir los muros y el Templo de Jerusalén esperando la llegada del Mesías. Su regreso fue el cumplimiento de una profecía (Isaías 44,28) y ellos estaban gozosos. El salmo 97 [98] que hoy la Misa nos ofrece como salmo responsorial, muestra ese gozo con el que el salmista invita a Israel, a las naciones paganas y a toda la naturaleza a ensalzar al Señor que los ha liberado y enviará al Mesías.
Hay una carta escrita por San Atanasio (296-373) en la que trata el asunto de la interpretación de los Salmos desde nuestra fe cristiana. El santo nos dice con claridad que los Salmos hablan notoriamente de Cristo y su obra. La carta es bastante larga —la pueden encontrar en Internet— y en esta le dice entre otras cosas: «Si bien dedicas tu tiempo a toda la Escritura santa, tienes, sin embargo, con mayor frecuencia el libro de los Salmos entre las manos, tratando de comprender el sentido que cada uno esconde. Te felicito, pues tengo idéntica pasión por los Salmos, como la tengo por la Escritura entera... Toda nuestra Escritura hijo mío, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, está, tal como está escrito, inspirada por Dios y es útil para enseñar (2 Tm 3,16). Pero el libro de los Salmos, si se reflexiona atentamente, posee algo que merece una especial atención... Prácticamente cada salmo remite a los profetas. Sobre la venida del Salvador, y de que aquel que debía venir, sería Dios... El que abre el libro de los Salmos recorre, con la admiración y el asombro acostumbrados, las profecías sobre el Salvador contenidas ya en los restantes libros».
Leyendo y meditando el salmo responsorial de hoy, vemos que el Señor ha sido fiel a su promesa al sacarnos de las tinieblas y trasladarnos a la luz admirable del reino de su Hijo. Este envío del Mesías, ha sido la culminación de las obras victoriosas de Yahvé. Su salvación se nos ha hecho posible mediante la redención. Por eso, nuestra aclamación y canto jubiloso hace que vayamos a los salmos que ya anunciaban su llegada. En la misión que este Mesías salvador, tan esperado deja, a sus discípulos–misioneros, la lectura, estudio y meditación de los salmos nos anima a seguir remando mar adentro como lo hicieron los Apóstoles y sin olvidar que el resultado de la pesca será escatológico, vislumbrando algunas veces los efectos de la pesca desde dentro de este mundo. Así, con ayuda de este salmo y muchos más, los pasajes del Evangelio como el de hoy (Lc 5,1-11), se entienden con más claridad. A la luz de este salmo 97 [98], es fácil captar que ser «pescadores de hombres» no puede ser una actividad que cambio a los hombres de prisión, sino que es dar libertad de ídolos, de ideologías, de opresiones y vivir gozosos como aquel pueblo que había sido liberado del exilio. Pidamos a María Santísima, que seguro oró con los salmos, que nos ayude a ser pescadores de hombres para ayudar a liberar a este mundo del pecado que lo oprime y esclaviza. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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